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Y en eso llegó Milei.

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Una de las tribus extermina a la otra y recoge los despojos. De ahí la alegría de la victoria, los himnos, aclamaciones, recompensas públicas y todo los demás efectos de las acciones bélicas. Si la guerra no fuera eso, tales demostraciones no llegarían a darse, por el motivo real de que el hombre sólo conmemora y ama lo que le es agradable o ventajoso, y por el motivo racional de que ninguna persona canoniza una acción que virtualmente la destruye. Al vencido, odio o compasión; al vencedor, las papas” (Fragmento de ‘Quincas Borba’, Joaquim Machado de Assis).

El sorprendente resultado de las elecciones primarias argentinas, mejor conocidas como PASO, puso sobre la mesa una cuestión recurrente en el debate político argentino: ¿para qué sirven las encuestas, su capacidad predictiva de la intención del voto?, y aún la idea de estructuras partidarias tradicionales como fórmula segura del éxito en la contienda electoral, por encima del carisma y de cualquier sesgo disruptivo de los ‘aparatos’ consolidados. El fenómeno que encarna ahora Javier Milei, en su consideración de ‘cisne negro’ del reciente proceso electoral expresa además, en la unánime consideración de la prensa nacional, el eventual corrimiento del debate político en la argentina “hacia la derecha más radicalizada”.

Es entonces que, contrariando las falsas expectativas de encuestadoras y operadores políticos de los espacios mejor consolidados –Unión por la Patria y Juntos por el Cambio- que hasta hace poco más de 24 horas creían representar la única y verdadera contienda en la disputa del sillón de Rivadavia, las urnas revelaron una situación de tres tercios e insondable incertidumbre, donde Javier Milei no sólo accedió al podio tripartito sino que además se alzó al escalón superior, ni que decir si la consideración se realiza por candidato más votado y no por espacio político.

Si, Javier Milei, el mismo, aquel hombre que allá por el año 2016, desde el programa de televisión ‘Animales Sueltos’, con sus cabellos al azar, su comunicación muchas veces crispada, convencida, de modos poco convencionales pero que resultaban atractivos para el hartazgo de una amplia porción de la población argentina comenzó a llamar la atención de sus primeros acólitos, jóvenes cuya frescura y rebeldía no había aún sido absorbida por el establishment, por la resignación o conformismo de la tradicional política vernácula. Fue entonces que Milei logró con inusitada velocidad tener crecientes seguidores en las redes sociales, consolidando una juventud en la cual se hizo carne la doctrina libertaria, viralizando ideas que el público más reacio a los cambios no dudó entonces de tildar de “estrambóticas y fascistas”, pronunciadas por “ese impresentable neoliberal de derecha”.

Pero la realidad es que Javier Milei responde a un fenómeno global que modela en este siglo un ineludible derrotero a nivel mundial, y es que para los jóvenes las únicas ideas posibles son las de la libertad; el debate izquierda y derecha, el Estado benefactor, la organización partidaria verticalista, el populismo, el proteccionismo paternalista, son ideas todas ellas que “en los jóvenes no venden”. Javier Milei supo captar con inusual anticipación que ese sería su público más fiel cuando comenzó a construir poder político, iniciándose como Diputado de la Nación.

Y esa atracción de los jóvenes por las ideas del liberalismo, o acaso libertarias, tiene un abordaje psicológico y sociológico que, por tan cotidiano, tan al alcance de la mano, a veces deja de considerarse, pero que encuentra una lógica irrefutable: la importancia de la internet en la vida del hombre –con mayor permeabilidad en los jóvenes- del siglo XXI. En efecto, el ineludible derrotero del curso de las ideas en los jóvenes tiene como vertiente natural y necesaria el liberalismo, puesto que hoy la mayoría de creencias y convicciones sociales se presentan, representan y crecen, la más de las veces de manera caótica, en un medio que es, en esencia, de carácter anárquico. Las nuevas generaciones se consolidan tomando como algo evidente e irrefutable que las fronteras y regulaciones no existen ni deberían existir en el mundo que ellas más frecuentan y transitan: la internet.

Hoy el ciberespacio con su entramado informe y dinámico ha desplazado los conceptos clásicos de la geografía, de la cultura divergente, de la política y aún de la religión. Es por ello que podemos observar que la reacción más habitual ante la creación de cualquier tipo de restricciones es en esencia reactiva; provoca inmediatas y furibundas críticas a condicionamientos sociales o normas imperativas de cumplimiento, subvirtiendo de tal suerte todo ordenamiento jerárquico y con ello cualquier idea de autoridad, difuminando además la eficacia de cualquier ímpetu regulatorio, entendiéndose ambos conceptos -la autoridad y la norma- como ideas que en definitiva propician, como ha sucedido siempre, el cercenamiento de la libertad individual y del desarrollo social. El medio que ahora normaliza esta situación, la internet, se ha transformado de tal suerte en un pilar fundamental del liberalismo, recuperado y redescubierto en un ámbito virtual que interpela a los Estados y a la sociedad en su conjunto.

Así la internet modela la realidad en la cual discurrimos nuestras vidas, al punto de configurarnos con identidades que resultan en absoluto variables, cuando no multívocas -y aún equívocas, contradictorias-. Resultaría en este punto apresurado argumentar respecto de si es deseable o no dicha ambigüedad de identidades (aunque se puedan tener muchas en la red), puesto que en todo caso lo deseable sería poder transitar de una sociedad en la que la identidad en la red es maleable -en cuanto un dispositivo móvil o una computadora lo permite-, a una sociedad más virtuosa y donde se internalice un contenido axiológico de esta forma de relacionarnos en un escenario de inobservancia generalizada. La internet está llamada así a moldear las nuevas identidades y formación de ideas y conocimientos, y en este aspecto somos lo que la internet nos determina ser; por ende, normalizamos el anarquismo y lo vivimos como un holgado espacio donde la libertad no tiene precio ni es negociable.

El avance de la internet por sobre otras formas de relaciones humanas representa, por tanto, el triunfo del liberalismo, que en Argentina gran parte de los jóvenes materializaron en Javier Milei. El paternalismo del asistencialismo, el exceso en la regulación económica y la omnipresencia estatal que es de la esencia del partido gobernante, así como el impostado y grave discurso de orden y seguridad voceado por la oposición más estructurada se dan de patadas con los anhelos de libertad que anida en los jóvenes, deseosos de ser los propios arquitectos de su futuro en un ámbito de libertad responsable, porque aún en la propia anarquía del ciberespacio pueden reconocer los límites que la propia ‘humanidad’ conlleva.

Y aún más, y tal vez allí radique la mayor sorpresa, Milei asumió el gran desafío, aun soslayando las costosísimas campañas de sus rivales, de conquistar el voto adulto, lo cual tal vez represente su mayor logro en estas PASO. Los jóvenes, según se dijera, adhieren a las ideas de la libertad por su carácter intrínseco de rebeldía contra un establishment sumido en su propio fracaso -el Estado inmenso como una farmacia polirrubro 24 x 7-, alentados por el fenómeno sociológico y cultural del avance de la internet, pero también por la ajenidad que para ellos representan los registros de movimientos subversivos y dictaduras militares; si hasta el menemismo, el gobierno de la Alianza, la crisis de la salida de la convertibilidad y la falsa consagración mesiánica de los primeros años del Kirchnerismo empieza a serles desconocido y por tanto irrelevante.

Es entonces que se podría incluso pensar que gran parte del voto adulto que concurrió a integrar el tercio obtenido por La Libertad Avanza asumió ayer, no sin traumas, que ha vivido los últimos 20 años bajo gobiernos diferentes –y en teoría opuestos- que en sus estruendosos fracasos se revelaron iguales, casi como dando la razón al acierto efectista de su consideración como una única ‘casta’.

Por eso la victoria –y aún la sorpresa, por no haberlo advertido ninguna encuestadora- de la elección de Milei radique tal vez más que en la adhesión de los jóvenes, advertida con holgada amplitud, en la conquista de una importante porción del voto adulto, que aún podría determinar su victoria final a partir de la pésima elección que tuvo Juntos por el Cambio, como fuerza que se creía llamada a sepultar por fin al kirchnerismo. Juntos por el Cambio se asumía como el propietario legítimo y casi exclusivo del voto adulto racional y moderado.

Ahora el escenario que enfrenta el país es de tres tercios, donde La Libertad Avanza y Unión por la Patria corren con una ventaja en común: ambos pueden tal vez pensar que el porcentaje de sus espacios ya es su piso, y aún cuando indudablemente a priori pueda considerarse que el techo del oficialismo es mucho más bajo que el de Milei. Juntos por el Cambió afronta mayores problemas, puesto que nadie sabe si el voto conjunto de Bullrich y Larreta puede ser considerado su mínima expresión, y aún salir a crecer en un electorado que con toda evidencia compró en muy poca medida sus discursos alternativos de orden, por un lado, y moderación por el otro. En política –y más en la Argentina- nada es previsible y todo puede cambiar, pero entre un gobierno con una paupérrima performance económica y una oposición cambista que hasta ahora no parece proponer cambios radicales, Javier Milei podría aún demostrar –y en ello debería poner su empeño- que la idea de “voto odio” es en todo caso una falacia de lo que él denomina la ‘casta’ política, y que lejos está de representar la intención del voto que lo acompañó hasta aquí: jóvenes y adultos deseosos de arquitectar su propio destino. Por lo demás Javier Milei ya es un actor político de trascendencia en la Argentina y, como tal, deberá atenerse a las inveteradas reglas de la competencia: ‘Al vencido, odio o compasión; al vencedor las papas’.

Mariano Bonazzola

 

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