Política

No fue Argenzuela, gracias a miles de mini-PDVSA

El nuevo escalón a la supresión democrática que trepó el chavismo en Venezuela –después de la decisión de su máximo tribunal de quitar toda atribución al Congreso– renovó la opinión de un sector político argentino para el cual el país iba, con el kirchnerismo, camino a ser “Argenzuela”.

Pudo ser así. La debilidad institucional del país, tras la crisis de 2001, hizo que la sociedad le diera todos los cheques en blanco a un presidente que construyó un enorme poder porque le tocó el rebote fiscal, la soja más cara de la historia, no pagar deudas gracias al default y una población dispuesta a trabajar por 200 dólares.

Habíamos comprado todos los boletos. Como cualquier príncipe, Néstor Kirchner y Cristina Fernández se dedicaron a mantener y a acrecentar su poder, y también a intentar suprimir cualquier riesgo de alternancia.

Al igual que Chávez. No les entraba en la cabeza perder el poder. La miseria de negarse a transferir el bastón presidencial a un mandatario elegido democráticamente fue sólo la foto más simbólica y final de aquella pulsión autoritaria.

Sin embargo, los kirchneristas nunca lograron llegar a los trasnoches chavistas, aunque los superseducía la retórica inflamada de Chávez, su vocación de Perón global.

Las razones por las que los K se quedaron en el camino pueden ser muchas. Pero hay una que es estructural y poderosa, de carácter económico. En Venezuela, para tener el monopolio de los dólares basta tomar la petrolera estatal PDVSA.

La petrolera botín

En 2002, casi cuatro años después de ser elegido, Chávez hizo eso al echar a los 20 mil técnicos ?y expertos más jerarquizados.

PDVSA se transformó en el botín político que financió a su facción partidaria, el populismo a base de subsidios y sus nacionalizaciones, expropiaciones y confiscaciones de manicomio, que terminó liquidando el modesto sector privado de Venezuela.

Por supuesto, el chavismo quebró PDVSA. La decadencia demoró en notarse. Por un lado, Chávez, y luego Nicolás Maduro, disfrutaron los precios más altos de la historia. Por otro, el petróleo demanda enormes inversiones iniciales que rinden luego durante algunos años.

Pero la ley de gravedad al final siempre se cumple: la PDVSA ?que en 1998 producía 3,7 millones de barriles diarios, en 2016 produjo apenas 2 millones, según el especialista José Toro Hardy. Que encima valían menos de la mitad que cuatro años antes.

La degradación es peor: Venezuela tiene petróleos pesados y por años había invertido para poder refinar una parte en Venezuela, en Europa y, sobre todo, en Estados Unidos. Llegó a tener 16 refinerías en países desarrollados. Ocho en Estados Unidos, con Citgo, que también operó 15 mil estaciones de servicio y surtía el 10 por ciento del mercado. Hoy Citgo se redujo y todos los confiscados por Chávez hacen cola para cobrarse con sus restos.

A todo se lo devoró un autócrata en su empeño demente de conquistar el mundo. Sus herederos han hecho lo que han podido con un destino ya marcado, sobre el cual alertaron los expertos desde el primer momento.

Fueron por más

En Argentina, los K quisieron hacer lo mismo, no a fines de 2002, sino al iniciarse 2008. El gobierno cristinista, que ya se quedaba con el 35 por ciento de todos los dólares brutos de la soja (antes de impuestos), quiso más. Impuso retenciones móviles que implicaban en ese momento más del 50 por ciento.

No funcionó. Los granos no son como el petróleo. No se extraen. Hay que producirlos. Hay que invertir, no tanto, pero sí cada año, en semillas, fertilizantes y combustibles.

Cada poco tiempo, hay que renovar toda la maquinaria. Más importante: por definición, es una actividad descentralizada. No hay un monopolio del grano. Intervienen cientos de miles de chacareros, de productores, de propietarios de cosechadoras, sembradoras y tractores, de pools , de empresas de servicios, de fabricantes de máquinas, de semilleros, de fábricas de fertilizantes, de comerciantes de todo eso.

Si se les quitan sus ingresos, quiebran. No tienen un Estado que imprima dinero para cubrirlos, como hace hoy Venezuela con PDVSA (razón base de la inflación allí). Y si no ganan dinero, se desmoralizan y dejan de trabajar. Por eso, en un par de campañas, Argentina quedó al borde de importar trigo y perdió el mercado brasileño.

El kirchnerismo se dio cuenta con rapidez de que se había pegado un tiro en el pie.

El campo le dio una paliza. Pero la soberbia le impidió no huir hacia adelante. Los restantes siete años de Cristina Fernández son el despliegue resentido de una megalomanía frustrada.

Primero se enojó con Clarín y los medios de comunicación que no se dedicaron a fotocopiar el relato oficial de aquella derrota autoinfligida. Después marchó a la guerra contra la Justicia, que le impedía destruir a los medios de comunicación en los términos y en los tiempos que deseaba su venganza.

Al final, no pudo ganar ni su embestida contra Carlos Fayt, que se fue de la Corte Suprema ?a los 97 años, exactamente un día después de que la expresidenta dejó la Casa Rosada.

la Argentina no fue Argenzuela. No porque algunos no quisieran. Fue porque no pudieron. Ni podrían.

Es raro descubrir, por dónde, una de las garantías del orden democrático y republicano argentino estuvo en el interior, no sólo el pampeano, sino en muchas de las economías regionales del país, en las miles de empresas familiares y no tanto, una miríada de pequeñas PDVSA que no pueden manejarse desde un escritorio en Plaza de Mayo.

Adrián Simioni – La Voz

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