Queridos hermanos de la comunidad pesquera del puerto de Mar del Plata:
Me dirijo por primera vez a ustedes en esta fiesta de los pescadores. Hemos paseado por las calles del puerto la venerada imagen del Sagrado Corazón de Jesús, denominado San Salvador, porque es el Santo entre los santos y el Redentor universal de todos los hombres. También hemos participado de la procesión náutica, implorando la bendición divina sobre cuantos trabajan en esta actividad.
Como obispo de Mar del Plata, siento una gran satisfacción al comprobar el arraigo tradicional de esta fiesta, y su origen cristiano y católico. Basta mirar hacia lo alto del campanario de la iglesia parroquial de la Sagrada Familia, o dirigir la mirada hacia la escollera, para descubrir que la imagen de San Salvador preside y bendice a cuantos aquí trabajan.
Desde febrero de 1928, hasta el día de hoy, esta fiesta convoca a la unidad. Unidad de la familia portuaria, entre patrones y trabajadores del mar. Unidad fraterna y armonía de intereses entre los distintos actores de esta actividad económica, una de las más importantes de la región. Hace ochenta y cuatro años, en efecto, el P. José Dutto la concibió para “orientar cristianamente a una clase de honestos trabajadores engañados y explotados”. Así leemos literalmente en una carta fechada el 6 de febrero de 1928 que dirige a la Sra. Elisa Alvear de Bosch. En la misma carta afirmaba el P. Dutto: “Los pescadores, por su parte, están dispuestos a aceptar, como programa religioso, la Santa Misa por la mañana y Bendición de las lanchas por la tarde”.
Me resulta profundamente significativo saber que, según ha quedado registrado en una nota ilustrada con fotografías del diario “La Nación” del lunes 18 de febrero de 1935, esta misma fiesta gozó de la presencia de San Luis Orione. De este modo, la fe cristiana y la vida cotidiana de los hombres del puerto, lejos de ser mundos separados, se han encontrado en íntima armonía.
Desde hace unos treinta años, ha sido declarada “Fiesta Nacional de los Pescadores” y ha adquirido así mayor trascendencia y notoriedad.
En mi función de padre y pastor de esta querida diócesis marplatense, deseo destacar la importancia no sólo económica de esta actividad pesquera, sino también señalar la dimensión moral de la misma, ya que involucra y afecta a una gran multitud de personas y familias, que en su conjunto forman lo que debemos llamar la “gran familia portuaria”.
Aquí habitan y trabajan muchas personas y familias de tradición italiana y española, con una fe arraigada en lo más hondo de su corazón. Sus abuelos han aportado tradiciones y valores que enriquecen profundamente a la ciudad de Mar del Plata y a nuestra patria toda: familia sólida e indisoluble, trabajo asumido como camino para una vida honesta y digna, educación que ha permitido una notable movilidad social.
En los últimos años también se han incorporado al trabajo portuario personas de muchas otras nacionalidades. También ellos deben ser considerados como quienes vienen a colaborar en la formación de una familia portuaria grande y próspera.
A todos ustedes quiero decirles que Nuestro Salvador los ama, los bendice y los necesita como actores importantes para construir una patria que cuida los valores cristianos fundamentales: la vida, la fe, la educación, el trabajo honesto, la solidaridad, el reconocimiento a nuestros mayores y la familia como institución sólida y fundamental.
Desde mi arribo a esta ciudad, en mi función de obispo, he ido conociendo los rostros representativos de los distintos sectores que componen el conjunto de las fuerzas vivas de esta sociedad. De este modo, las tensiones y conflictos, dolores, esperanzas y alegrías, han comenzado también a ser en buena medida los míos propios.
Con espontánea sencillez, la gente distingue a los sacerdotes con el título de “padre”. No se trata de sustituir la paternidad de Dios por la de un hombre, sino de hacerla presente a través de un instrumento humano. Esta misma paternidad espiritual conviene en grado superior al obispo de una diócesis, quien se compromete a rezar por el pueblo que se le ha confiado, y a guiarlo con la enseñanza del Evangelio y la doctrina que de él se deriva, para iluminar todas las actividades de los hombres.
La Iglesia no aporta soluciones técnicas a los problemas del trabajo y del hombre en sociedad. Pero sí aporta algo más valioso, a saber, los principios que deben ser tenidos en cuenta para lograr la orientación permanente hacia el bien común de todos, superando la barrera de los egoísmos y el encierro exclusivo en los intereses sectoriales.
He dicho que el puerto y su gente no son meros agentes o componentes de intereses, sino que siempre deben considerarse como “una familia”. Esta palabra fundamental corre hoy el riesgo de ser tergiversada y vaciada de su contenido. Es fundamental recuperarla junto con los valores que ella conlleva. Cuando se ha experimentado desde niños la riqueza humana de la familia, entonces resulta más fácil trasladar a las relaciones sociales sus valores. Toda familia, en efecto, conoce tensiones y luchas, sufrimientos y también logros y alegrías. Los problemas y disgustos se resuelven sobre la base de la sensatez y el predominio de un amor que va más allá del interés egoísta.
Ruego que me permitan una breve alusión autobiográfica. Soy hijo de padres italianos, casados en Italia y venidos a esta tierra como tantas otras familias en los años 30 en busca de un futuro mejor. Esto me permite sentirme cerca de sus sentimientos y problemas. Las dificultades sociales, aun las de solución más compleja, encuentran siempre una vía de solución cuando se conserva como presupuesto la inspiración religiosa y el aire familiar propio de quienes profesan la fe en Cristo.
Al asomarme a los problemas del puerto y de la actividad pesquera, sé que las dificultades pueden ser muchas. Sé también que quedan involucradas muchas personas con puntos de vista muy variados y a veces en confrontación abierta. Es entonces cuando debe brillar la virtud del diálogo, que puede ser a veces prolongado y debe ser paciente, donde todas las voces e intereses sean escuchados. Sólo del diálogo paciente y la voluntad de negociar podrá surgir una solución superadora, donde a veces las partes deben ceder algo en vistas a un bien superior a los propios intereses.
Me dirijo a todos los actores, dando por supuesto que existe buena voluntad en empresarios y trabajadores, sindicatos y representantes de la gestión política, así como de las fuerzas de seguridad. Todas las voces son valiosas y las manos de todos deben unirse para sacar al puerto adelante, para que éste sea muy próspero y trabajen unos y otros con la alegría de saber que llevan el pan a sus mesas con dignidad. Detrás de cada dificultad hay, en definitiva, rostros de hombres, mujeres y niños que esperan.
El puerto y sus trabajadores siempre se han destacado por una profunda fe. La Misa de esta mañana y esta procesión lo demuestran. En este apoyo sobrenatural encontrarán luz e inspiración para crear caminos de concordia.
Aprovecho esta oportunidad para decir una palabra a las esposas de los pescadores. Es un signo de esperanza el esfuerzo que hacen en el sostenimiento del hogar, muchas veces trabajando a la par, en la ausencia de sus maridos y llevando adelante la educación de sus hijos. Gracias por su ejemplo y porque nos enseñan a trabajar incansablemente con el amor y la humildad propia de las madres.
Queridos hermanos y hermanas, recordemos hoy especialmente a los trabajadores que han perdido la vida en el mar. Cristo se hizo solidario de ellos al elegir entre sus discípulos a muchos que ejercían ese mismo oficio. A su amor misericordioso encomendamos sus vidas y las familias que dejaron en el luto y el dolor.
A todos encomiendo al Sagrado Corazón de Jesús, con amor de pastor y amigo e les imparto la bendición de Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
+ Antonio Marino
Obispo de Mar del Plata