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Los silbidos son para Riquelme

 

 

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Antonio Serna

Que el fútbol es un juego contagioso, lo sabemos todos. Para bien y para mal. Estos gritos de la gente (el “Movete, Boca movete/ movete, dejá de joder“), los silbidos de la gente a Roncaglia y al equipo en general, los murmullos ante los continuos errores no son para Almirón ni para el Boca de Almirón. Son para el Boca de Riquelme. No hay silbidos explìcitos para Román y quizá no los haya nunca -es feo y antinatural silbar a un ídolo- pero los hinchas están calientes con la actualidad del equipo. Una actualidad preocupante, dura, que lleva muchos meses aunque el vicepresidente se mienta y nos quiera mentir.

Hubo un momento, los primeros diez minutos del segundo tiempo, en el que parecía que Boca torcía la historia. Fue el ingreso de Villa lo que cambió todo, el espanto del primer tiempo. Con su vértigo, su velocidad, su desequilibrio, le dio vida a un Boca que se arrastraba. Contagió a sus compañeros. Pero fueron diez minutos, un espejismo. Y al final, él no pudo contagiar a todos y, en cambio, todos lo contagiaron a él. 

Boca volvió a perder en la Bombonera, por tercera vez consecutiva, algo que no pasaba desde los años 70. Carlos Bianchi, un sabio del fútbol, había hablado del contagio con sus palabras: una victoria llama a otra victoria. Y una derrota llama a otra derrota. Boca, el Boca de Riquelme, está en el piso y lo patean todos. Almirón apenas está pagando las consecuencias de todo lo malo que se hizo antes de que él llegara. El vaciamiento de un plantel, la falta de técnicos aptos, la conducción soberbia sostenida por un relato, traen como consecuencia este presente. Que para Román es “un bajón lógico” después de tantos títulos. Una estupidez: si el rumbo fuera el correcto y esto fuera sólo un bajón, ¿por qué echó a Ibarra?

Si no lo hubieran enfocado tanto. Si no hubieran hecho un seguimiento exhaustivo de sus movimientos, de su caminata, de sus indicaciones. Si no lo hubieran mostrado dialogando con el árbitro. Si alguien nos hubiera dicho que el técnico del equipo era Ibarra -y no Almirón-, le habríamos creído sin dudarlo. Así de mal jugó Boca. Ni una situación de gol clara, clara. De ésas que van a los resúmenes. Nada.

Tan chato es todo en Boca hoy que la única ilusión, desde el mismo momento en que se anunciaron las formaciones, era la presencia del Colo Barco, finalmente indultado y subido a Primera luego del largo ostracismo al que lo sometieron la dirigencia y el Consejo de Fútbol. Un pibe que gusta, que la gente estaba esperando ver, pero un pibito al fin y al cabo. Y lateral izquierdo, no 9 ni 10. Y al que le pasó lo mismo que a Villa: lo contagiaron.

La barra, que había alentado todo el partido, que no se prendió en el fastidio general, terminó disimulando un poco lo arreglada que está -como siempre- al final. “Este martes cueste lo que cueste, este martes tenemos que ganar”. Es una alusión a la Copa Libertadores, un pedido de victoria cuando el barco de Boca se hunde en la tabla local, ésa que ahora cuenta directamente para los descensos. Tal vez el el equipo le gane a Deportivo Pereira, ojalá que así sea. ¿Pero en serio estamos soñando con la Libertadores? Ubíquense, muchachos. La realidad de Boca es esta pesadilla.

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