Arte y Cultura, Teatro

CRÍTICA / TEATRO: “Las heridas del viento”

UNA CARTA SIEMPRE LLEGA A SU DESTINO

Por Virginia Ceratto
(especial para Mdphoy.com)

Un texto simple, emotivo, prudente, criterioso, y aleccionador, sobre todo para los jóvenes que pueden marchar su orgullo no hétero sin medir, a veces, que esos pasos han costado mucho sufrimiento. Porque no todo tiempo pasado fue mejor.

Y “Las heridas del viento” lo cuenta.

Un encuentro. Nada más. Nada menos. Un hallazgo que permite ese encuentro y desandar lo que pudo ser una vida diferente en lo que fue la historia de una familia convencional y en lo que pudo ser la historia de un hombre mayor cuyo gran amor, no pudo ser. O fue.

Porque el libro de Juan Carlos Rubio, bellísimamente escrito e interpretado de manera magistral por Miguel Jordán y Mariano Fernández, refleja un tiempo no tan lejano en donde la sociedad imponía, a la mayoría, ocultar. Y aquí viene lo bello, lo poético, el contenido simbólico de lo no dicho, lo oculto, el miedo o la maravilla que subyace y que se desnuda en una hoja en blanco. Porque si bien en lo blanco hay una violencia, un frío gélido, ya lo decía Chrétien de Troyes, en esas tres gotas de sangre en la nieve es en donde el protagonista de la novela caballeresca sigue el rumbo de Perceval. Dónde, si no, en el blanco se iba a ver su rastro.

Lacan, en su “Seminario de la Carta Robada”, concluye, más o menos, que una carta siempre llega a su destino. Y en “Las heridas del viento”, son las cartas, esos papeles que ya nadie usa, ese rito epistolar cultivado por muy pocos en donde se depositaba el alma de quien escribía y en donde latía el corazón del destinatario, las que dan pie a una especie de descubrimiento del Grial. Para un hijo, para un enamorado. El Grial, una metáfora de la Humanidad occidental, buscado por generaciones.

Esta obra nos cuenta del tiempo, y de la temporalidad. De aquella medida sin medida que algunos hemos vivido y que otros no conocerán.

Las heridas habla de las heridas no solo individuales, intransferibles, de experiencias únicas de quienes fueron relegados o se relegaron, sino de una lucha que algunos valientes llevaron adelante para legar algo mejor a generaciones futuras.

La obra habla de la revelación, del reconocimiento, de recordar… y esto es, etimológicamente, pasar dos veces por el corazón, aunque el corazón ya esté roto.

Como en “Los puentes de Madison”, hay no un arcón, sino una caja que guarda el secreto de un gran amor. De lo que pudo haber sido, y al no ser, sin embargo fue. Porque hay otros mundos según nos cuenta la teoría de las cuerdas, y en una medida temporal, esa historia de la obra, hoy, felizmente, está transcurriendo, en miles de jóvenes que ya no tienen nada que ocultar.

No hay golpes bajos, no hay estridencias. Hay un sereno recato que atenúa cualquier estallido que hubiera estado fuera de lugar. Un dejo de ironía en el personaje de Jordán, un actor con más de tres décadas en los escenarios que se han sumado en impecable experiencia. Y hay un transitar por un desenmascaramiento de un familiar, de pronto desconocido, por parte de Mariano Fernández, que acierta en cada tramo con cada una de sus reacciones. Se resiste, pero ve. Y ve nada menos que a su padre, que ya no está… un padre que estuvo y del que supo… poco.

Miguel Jordán es un homosexual que ya ha vivido la humillación y la ha superado, como ha superado el desamor y que se sabe solo y ha hecho un pacto honrado con su soledad y esto es de García Márquez… No es un hombre sombrío, más bien, es un hombre mayor que ha capitalizado cada momento y que sabe que a veces, es hora de cambiar la perspectiva. Y que se permite el humor. Y eso es grato.

En el encuentro entre estos dos desconocidos, obra del destino, la riqueza epistolar, esa que hemos perdido, hace que el tiempo gire sobre sí mismo y la emoción se renueve. La de los personajes, la del espectador.

Un encuentro en varios planos. El de los personajes, el de la historia oculta, el de los espectadores con el teatro de autor.

Acertada dirección de Gastón Marioni, también responsable de la escenografía, absolutamente funcional y acorde vestuario de Cristina Galindo que con unos detalles, la bata, un chaleco, un traje simple, pinta contextualmente a los protagonistas y permite una lectura simple e instantánea.

Recomendable para los mayores, recomendable para los jóvenes que en junio y noviembre bailan con sus pelos pintados con los colores del arco iris.

Esperemos que la puesta se repita, no solamente en las funciones programadas para lo que resta de la temporada, viernes a las 21:00 en la sala Jorge Taglioni de la Asociación Bancaria de Mar del Plata, sino en festivales, en encuentros de la Diversidad, en festivales.

Gracias.

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