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Familiares del buque Repunte: “Fuimos a buscarlos al medio de la nada”

A Eduardo Samite, capitán de barcos desde hace 30 años, le dio la noticia un ex compañero de la actividad: “Se hundió el Repunte, ¿viste?”, le dijo al pasar la mañana del sábado 17 de junio, cuando se lo cruzó en el mercado de Rawson haciendo las compras. “Estaba mi hijo”, atinó a articular Samite congelado a mitad del pasillo. Se escuchó una puteada al aire y unas disculpas por no saber. Al rato, cuando estaba por pagar en la caja, volvió a aparecer: “Están todos a salvo en la balsa”, lo tranquilizó esta vez. Pero no era cierto.

Fabián Samite tiene 31 años, una beba de cinco meses y era el engrasador del buque marplatense Repunte, que a mediados del mes pasado se hundió frente a las costas de Rawson, en Chubut. Es uno de los siete que siguen desaparecidos. De los doce que conformaban la tripulación sólo dos fueron rescatados con vida y tres cuerpos los recuperados del mar.

Hacía apenas dos horas que Eduardo había vuelto del mercado ese sábado, convencido de que Fabián y sus compañeros habían logrado subirse a la balsa, cuando sonó el teléfono de su casa:

-¿Eduardo Samite?

-Sí, soy yo.

-Lo llamo desde la Prefectura Naval Argentina, necesitamos que venga a reconocer un cuerpo.

Todas las familias recibieron en las primeras horas que le siguieron a la tragedia la noticia de que toda la tripulación del Repunte se había salvado. “Ahí en Prefectura me informaron otra cosa, que estaban todos esparcidos en el agua, que habían encontrado la balsa rota, que había cuerpos flotando”, repasó Eduardo en diálogo con Infobae sobre el primer contacto que tuvo con lo que realmente había ocurrido esa mañana.

“Fui a reconocer el cuerpo y yo estaba temblando, estaba mal. El cadáver estaba en un estuche negro, tuve que sacar fuerzas de donde no tenía y mirar”, contó y respiró largo antes de soltar: “No era mi hijo, era otra persona”.

Eduardo Samite dejó Mar del Plata a mediados de los ’90 para mudarse a la capital chubutense, donde hoy vive con su mujer y sus dos hijos más chicos, de 10 y 11 años. En la ciudad balnearia quedaron Fabián, su primer hijo, y sus dos hermanas, Erica y Lorena, que cuando se enteraron del naufragio le exigieron a la empresa dueña del buque que las hiciera viajar a Rawson ese mismo día.

Los familiares del Repunte hicieron campañas en redes sociales desde la página de Facebook Ni Un Hundimiento Más, marchas y hasta se infiltraron en un acto de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal para reclamar que no se olvide el naufragio, que se siga trabajando en la búsqueda de los desaparecidos y que cambien las condiciones de los trabajadores pesqueros. Los Samite, cuenta Erica, eligieron un camino diferente: “Fuimos al medio de la nada a buscarlos”.

El miércoles 21 de junio la familia Samite salió a caminar por primera vez la Península Valdés. Alquilaron camionetas y estuvieron el día entero recorriendo parajes que por el temporal, según dicen los lugareños, son inaccesibles, además de peligrosos. Paisajes deshabitados, hostiles y fríos, en pleno invierno patagónico.

“¿Ahí se metieron? Que coraje que tienen”, escuchó Erica que le dijo un prefecto a otro un día. La escena no le dio orgullo, ni fuerzas, no le levantó el ánimo; le dio bronca. Se dio cuenta, dice, de que ellos jamás iban a buscar en esos lugares. “Prefectura estaba trayendo cuerpos en vez de haciendo rescate de vivos”, diría más tarde Eduardo.

Sin embargo no caminarían solos esas playas desiertas. En Rawson conocieron a la familia de José Omar Arias, el 1º Oficial de Pesca del Repunte, el único de los tripulantes del barco que vivía en Chubut, papá de siete hijos, cinco de ellos del corazón, otro de los desaparecidos.

José Arias nació en Río Grande, provincia de Río Negro, tiene 41 años, vive en Puerto Madryn y en palabras de su esposa, Irene Guerrero, “es un tipazo”. Durante 25 años fue marinero, después estudió para Capitán y hace dos que se recibió. “Vendimos hasta la cafetera, hicimos tartas, hicimos todo para que él pudiera estudiar”, contó la mujer. Era la primera vez que salía a la pesca del langostino.

El Repunte ya había sufrido un desperfecto en la salida anterior a la tragedia.Entró agua a través de una grieta que según denuncian los familiares no fue reparada, sino “emparchada” precariamente. Culpan en parte a la llamada “Fiebre del oro rojo”, la desesperación por el langostino en los mares del sur, por la pesca del marisco que más ganancia le da a las empresas y que ninguna quiere perderse.

“Yo no sabía que ese barco estaba haciendo agua, de eso me enteré por los familiares de Mar del Plata, no lo hubiera dejado subir si hubiera sabido“, aseguró Irene, con la emoción ganándole la voz.

Rocío Arias tiene 20 años, es la segunda hija más chica de José e Irene y quiso sumarse a la búsqueda de los Samite. La travesía por la península llegó a ponerla un día frente a frente con un puma: “Yo me había quedado sola un momento y cuando me doy vuelta a unos 20 metros lo veo, me escondí atrás de unas ramas y rogué a Dios que me sacara de ahí”.

“Cuando caminaba solo pensaba en mi papá, que él esté donde esté me iba a dar las fuerzas para que yo siga. Él me decía siempre ‘hijita vos metele’ y desde que salí estuve con eso en la cabeza, repitiéndomelo. Llegó un momento que no me daban más los pies y el hambre, pero sólo pensaba que si lo encontraba o encontraba algo de él iba llegar con una buena noticia a casa para mi mamá y mis hermanos, que estamos todo el tiempo esperando noticias con ese nudo en la garganta y el corazón acelerado cada vez que suena el teléfono”, describió Rocío.

A la segunda semana de búsqueda sin más resultados que los de los primeros días Erica fue al Juzgado 2 de Rawson y le pidió al juez la intervención de la Gendarmería. “Mi hermano tenía dos chalecos puestos, si no pueden encontrar ni a uno en el mar hay que buscar por tierra”, exigió la hermana del engrasador del Repunte y logró que la Justicia la escuchara.

La relación de las familias con la Prefectura en Rawson desde un primer momento fue tirante.“Querían desanimarnos para que dejemos de molestar. Para ellos nosotros somos una molestia y por momentos lograron que yo me sienta abatida, con más tristeza de la que me fui, sin esperanzas”, admitió Rocío, que a pesar de todo nunca dejó de buscar.

Encontraron en cambio aliados en la Prefectura y los Bomberos de Puerto Pirámides, que llegaron a romper dos motos de su equipo Enduro mientras los ayudaban en la búsqueda. Los familiares salían todos los días apenas amanecía, dividiéndose en grupos de dos, unos por las costa, otros por los acantilados, siempre atentos a lo que trajera la marea y pudiera ayudarlos a seguir la pista del hundimiento, con la esperanza de encontrar a alguno de los desaparecidos.

Durante una de las salidas Lorena Samite dio en la costa con la EPIRB (GPS) del Repunte. Una radiobaliza de emergencia diseñada para emitir una señal de rescate internacional apenas hace contacto con el agua, que a pesar del hundimiento nunca se activó. El detalle sumó un nuevo interrogante a las ya cuestionadas condiciones en las que se encontraban la embarcación y sus instrumentos. “Yo creo que estaba vencida”, comentó Eduardo.

Pero deberá ser el Juzgado Federal Nº2 de Rawson, a cargo de Gustavo Llerald, el que establezca  por qué no se activó la EPIRB, asó como de pedirle a la empresa los registros, las habilitaciones y cotejar los resultados de las pericias.

En estos 34 días las familias dieron también con botas, una defensa, capotas, ropa, alimentos, agua, elementos que pertenecieron al Repunte y que los familiares ya acercaron hasta el Juzgado 2 de Rawson.

El jueves pasado Erica presentó una nota ante la justicia: “…comprendemos que tres buques de la flota total, que comprende a la Prefectura Naval Argentina, no es suficiente. Tres buques sólo hacen prolongar  el tiempo de búsqueda de los familiares (…) Consideramos que tres buques más facilitarían la búsqueda a mar abierto en cercanías del hundimiento”, escribió.

“Hasta que yo no vea el cuerpo de mi hijo no lo voy a dar por muerto”, le dijo a Infobae Eduardo, que ayer viernes salió junto a una hermana y una prima de Rocío Arias, en el único helicóptero que tiene la provincia de Chubut a rastrillar la zona.

“Cada vez que salgo a buscar lo hago con una mochila cargada de ilusiones, de ver a mi papá o a algún otro tripulante y poder seguir buscando con un poco más de aliento”, dejó saber Rocío. “Mi papá confiaba mucho en mí y yo se que esté donde esté nunca va a dejar que nada malo me pase. Por eso voy a seguir buscándolos hasta encontrarlos. No nos van a parar”.

Alejo Santander