Política

Convocatoria al debate entre los afiliados de la UCR

0es

Sr. Presidente del Comité Nacional de la UCR Dr. Ernesto Sanz

De nuestra consideración:

En oportunidad en que Vd. asumió el año pasado la presidencia del Comité Nacional tuvimos el privilegio de saludarlo en el Café Victoria. En dicha ocasión le expresamos brevemente la necesidad que en el espacio partidario se abriera entre los afiliados un debate largamente postergado, a lo que Vd. asintió efusivamente.

Dos meses más tarde le enviamos un correo electrónico reiterándole el pedido e invocando el art. 26 de la Carta Orgánica del partido, el cual no fue contestado. Al poco tiempo, el 15 de febrero, se registró una convocatoria suya reunida en un restaurant de la ciudad de Luján, donde las autoridades partidarias y los legisladores y gobernadores pertenecientes al partido celebraron a puertas cerradas una llamada “cumbre política”.

No obstante ello, el espacio partidario, el del afiliado común, que no ejerce cargo ni representación legislativa, sigue aún desmovilizado y privado de debate alguno con el cual poder afrontar la adversidad de un gobierno corrupto. Por todo ello, volvemos hoy a reiterarle, encarecidamente, su responsabilidad en honrar el artículo 26 de la Carta Orgánica partidaria, que prescribe la obligación de las autoridades de convocar al afiliado periódicamente para que exprese su pensamiento y sus preocupaciones ciudadanas.

Esta requisitoria pública no es fruto de antojos o aspiraciones personales sino la resultante de una larga odisea de frustraciones, donde los intentos de expresar nuestras ideas o volcar nuestras denuncias contra la corrupción, por los canales partidarios, judiciales y periodísticos, se vieron persistentemente rechazados, archivados e ignorados (ver Festejo Sombrío en el Comité Nacional y Obsecuencia de los jueces al poder político en Argentina). Esta agonizante experiencia nos ha confirmado la verosimilitud de un severo diagnóstico: nuestro partido padece no solo de senectud, lo que es normal en un partido centenario, sino lo que es grave, de senilidad patológica, producto del desmedido abuso de prácticas patrimonialistas y carismáticas, verdaderas placas seniles en regimenes democrático-republicanos. Quien en estos sistemas se apropian del mando controlan el micrófono, la pantalla y la difusión periodística, y con ellos en su poder es dueño y señor de palabras, imágenes y mitos, y por consiguiente manipula audiencias cautivas que convierten a la maquinaria de un partido en un contubernio de operadores, funcional para maniobrar trueques y enroques, es decir para zurcidos y fregados.

En este aparato o engranaje inerte, donde la Convención Nacional del partido brilla por su ausencia, para el afiliado radical no existe espacio ni oportunidad para expresar ideas o denunciar corrupciones, salvo la de sufragar en comicios internos amañados con padrones que se vuelcan, en boletas electorales con las que no se comulga, y en comicios cada vez más escasos debido a la nueva competencia de las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO).

Patrimonialista es una concepción pagana y premoderna de la política, que consiste en concebir el poder como un objeto tangible susceptible de dominio y no como una relación social que debe ser necesariamente interactuada y razonada. De esa forma falaz y primitiva, devenido el partido en un aparejo ortopédico, quienes en él detentan el poder lo empuñan a discreción, como si operaran en un simulador de vuelo, con botones, pedales y auriculares, sin dar respuesta ni participación alguna, sin compartir el micrófono o la pantalla, y donde sus titulares son por ende siempre los mismos protagonistas, con las mismas poleas y roldanas del viejo titiritero, maquinando a los mismísimos soldados de Aída. Ellos son los únicos en este aletargante show mediático que desfilan y peroran para repetir como ventrílocuos idénticos clichés, sobre “consensuar acuerdos [electorales]” con quienes habían sido paradójicamente desahuciados del propio partido, pero son incapaces de recoger o elaborar una idea transformadora o de efectuar una denuncia o de practicar una autocrítica de ese pasado reciente y lejano, que fue obstinadamente remendado con pactos y agachadas. Presumen ser depositarios de una verdad simbólica y de un carisma sagrado, como si se tratara del Santo Grial, o más bien del Santo Oficio, cuando todos los radicales somos conscientes que dicha verdad ha venido siendo fatigosa y reiteradamente lastimada, con premeditación y alevosía.

En una época en que no existía la imprenta, ni la radio ni la televisión ni tampoco internet, quienes detentaban el poder también monopolizaban el pensamiento, la palabra y la voluntad. Pero en esta pasmosa y peligrosa era de la revolución digital, de la globalización y del asedio del narcotráfico, la conducta patrimonialista que ejercen las actuales autoridades, no sólo es grotescamente anacrónica, sino que es fatalmente suicida para conducir los destinos de un partido político opositor, otrora ejemplarmente virtuoso, moderno, progresista y popular. Como resultado de este interesado desatino, aún el propio poder patrimonialista se ha ido erosionando cada vez más, y hoy lo que resta de ese legado intestado se ha venido evaporando, al extremo de posar como un vulnerable y obsoleto despojo o más bien una ruina arqueológica, de lo que en aquel entonces fue un pasado heroico de abstención, intransigencia, y renovación.

Sin embargo, inconscientes de su responsabilidad histórica y de estar transitando una realidad potencialmente trágica, Vd. y las autoridades que lo acompañan, persisten en no convocar a los afiliados al debate y en no compartir el micrófono ni la pantalla, salvo con sus eventuales socios electorales –con los cuales no compiten en ideas sino en candidaturas– a riesgo de quedar los radicales y el pueblo todo del país cada vez más desmovilizados, desvalidos, y expuestos a la violencia de la miseria, la inseguridad y el narcotráfico.

Cordialmente.

Juan José Rosenberg Eduardo R. Saguier
Juan Carlos López Juan Méndez Avellaneda

Deja un comentario