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¿Columna vertebral o partido laborista?

La enfermedad laborista sigue atacando a quienes no han desarrollado defensas adecuadas. Primero fue la imagen de Lula Da Silva, un obrero presidente en el Brasil. Luego la frase inapropiada en River.

En octubre de 2010, en la cancha de River, Hugo Moyano manifestó su ilusión de que alguna vez hubiera un presidente trabajador en la Argentina. Más allá de la falta de respeto ritual a la memoria del Líder histórico –el Primer trabajador–el camionero provocó la obvia respuesta de la presidenta Cristina Kirchner, que le informó que ella trabajaba desde los 18 años. La expresión del secretario general de la CGT, que fue el origen de una escalada que hoy lo presenta tratando de poner a la Argentina en estado de letargo con el aplauso de los periodistas independientes de TN, no deja de ser la reencarnación de un viejo equívoco. Los trabajadores, o mejor, el movimiento obrero organizado, debería dejar de ser la columna vertebral del Movimiento Nacional para monopolizarlo y conducirlo a través de un partido clasista.
En los años ’40 del siglo pasado, cuando un atípico coronel comenzó a dialogar con los trabajadores, no se incomodaba al hacerlo, y sobre todo “a cada contacto (seguía)… una medida sorprendente”, se inició una transformación que cambiaría la Historia. Perón –que como parecen haber descubierto algunos sesudos académicos de esos que nunca salieron del aula o la biblioteca– no era un revolucionario socialista. Era un militar patriota que había comprendido, con aportes de forjistas, nacionalistas y revisionistas, que la Argentina era una semicolonia británica; que el resultado previsible de la II Guerra Mundial le auguraba un destino de subordinación a Washington, y que sin una política que a través de la justicia social incorporara a los trabajadores, no era posible soñar con una patria soberana.
La dirigencia sindical, con todos los méritos de sus luchas de décadas, adolecía de prejuicios que habrían de obstaculizar el entendimiento. Si casi todos los militares desconfiaban de los sindicalistas, estos cargaban con razón con serias prevenciones hacia los uniformados. Por eso, las autoridades cegetistas tuvieron muchas dudas a la hora de votar una huelga para defender, en octubre de 1945, no a Perón, sino a las conquistas sociales. Sería el pueblo, los trabajadores de carne y hueso, los que producirían el 17 de Octubre, pese a las reticencias dirigenciales.
Durante los años felices del primer peronismo, la CGT se integró al Movimiento. Pero no faltaron los que sacaron los pies del plato. Daban prioridad a los intereses, no ya de los trabajadores, sino de cada pequeño sector. Así, cuando Perón se convenció de la necesidad de unificar su organización, hubo algún Cipriano Reyes que siguió enamorado del partido laborista, a costa de arriesgar el éxito de la Revolución Justicialista que debía imponerse a la resistencia de la oligarquía y el poder de Washington.
Aun los más leales, no quisieron perder espacio en el conjunto. Mucho tuvo que ver con esto el apoyo a la candidatura vicepresidencial de Evita. Y no pocos evitistas perdieron espacio tras la muerte de la Señora. La oferta de trabajadores como combatientes voluntarios, que la CGT hizo al ministro de Guerra Lucero en 1955 era, sin duda, para defender al gobierno peronista. Pero también era una forma de conservar espacio político en un escenario que, tras las bombas caídas en Plaza de Mayo, estaba siendo monopolizado por los militares leales.
La Resistencia Peronista tuvo a los trabajadores –y a sus organizaciones– a la cabeza. Una nueva camada de dirigentes remplazó a quienes fueron asesinados, encarcelados o a quienes no tuvieron la fuerza para soportar la adversidad. Así nacieron en la clandestinidad CGT Negra, combatientes, y tantas otras. Así aparecieron nombres desconocidos, entre los que se destacaban Andrés Framini y Augusto Vandor, apodado el Lobo porque había puesto sus ojos en una compañera a quien llamaban, obviamente, Caperucita. Eran sindicalistas combativos, pero la represión se hizo dura y muchos, como el Lobo, fueron cambiando sus convicciones. La represión, con los militares en la calle, terminó con una grave derrota del sindicalismo. Entonces comenzó a intentarse una nueva modalidad. La insurrección obrera no podía enfrentar el poder militar. La exacerbación del gorilismo militar convenció a muchos de que el regreso de Perón era imposible. Había que dejar de soñar con volver al pasado, y resignarse a ser un factor de poder para discutir una tajada más o menos importante en el reparto. La combinación de estos factores –más la ambición personal de Vandor– fueron llevando a la aparición de un nuevo proyecto de partido laborista que sería el vandorismo.
El Lobo lanzó las consignas de ponerse los pantalones largos y estar contra Perón para salvar a Perón. Pero terminó mal. La dictadura de Onganía lo utilizó y luego lo tiró como objeto desechable. Quiso reconciliarse con el conductor, pero terminó asesinado.
En los ’90, cuando se desarrolló el plan de terminar con lo que quedaba del peronismo a través de un gobierno que se llamaba peronista, el líder camionero Hugo Moyano lo enfrentó cuando muchos claudicaban. Esto lo convirtió en un nuevo referente, y así entró pisando fuerte en la inesperada etapa de recuperación nacional iniciada con Néstor Kirchner y continuada con Cristina. Era el secretario general de la CGT, el conductor de la columna vertebral, y participó con peso propio en la construcción de la Argentina renacida.
Pero la enfermedad laborista sigue atacando a quienes no han desarrollado defensas adecuadas. Primero fue la imagen de Lula Da Silva, un obrero presidente en el Brasil. Luego, la frase inapropiada en River. Pero Lula no es, simplemente, un obrero. Ser Lula debe ser más difícil que dirigir un sindicato. Y aliarse con quienes más han hecho para volver a la Argentina a los ’90 o, lo que es peor, a 1976, no parece el camino. Si no se comprende esto, seguramente habremos de soportar serios inconvenientes, pero una vez más, con la conducción de Cristina, el pueblo argentino los superará para alcanzar objetivos de independencia y justicia en democracia. 

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