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Villa Victoria: La casa resignificada

blankPor Virginia Ceratto

(especial para Mdphoy.com)

En este aniversario del nacimiento de Victoria Ocampo, en el que abundarán recuerdos que se suman a las biografías, films y obras de teatro, inspiradas y no, en hechos documentados, solamente diré algo, poco, acerca de la Casa que es de todos los marplatenses.

Porque la vida de Victoria la conocemos, y si no, se puede encontrar, basta recurrir a San Google o leer el interesante libro de Irene Bauer, entre otros, acerca de su correspondencia con Virginia Woolf, otra adelantada a su tiempo a la que, literalmente, la argentina encantó enviándole de regalo una colección de mariposas, una de las debilidades de la inglesa. Y si me detengo aquí… puedo asegurar que la Ocampo inventó la carrera de Gestión Cultural, sin proponérselo y que fue eso, una gestora que con “Sur”, su publicación, emuló a la “Revista de Occidente”, y que trajo al país a personalidades que sin su invitación, no se hubieran aventurado a estas orillas atlánticas o rioplatenses.

Y para más datos están sus escritos, sus Testimonios… los varios tomos… Otro dato, no menor: fue la única corresponsal sudamericana en los Juicios de Núremberg. Y eso dice mucho.

Victoria tenía más interés por Villa Ocampo que por ésta, su casa de verano, en la que sin embargo pasó muchos inviernos. Y la cuidó tanto, que hasta hizo que la calle por la estaba su entrada, una parcela más hacia Saavedra, tuviera una curva, para cuidar un árbol. Uno solo. Uno de los que tal vez hubiera conseguido plantar en la forestación que tenía planeada hacer en la ruta 2. Digamos que para segunda casa, amó hasta el camino para llegar a ella. Y cuentan que decía que tenía por Mar del Plata una pasión tremebunda, menudo calificativo, en el sentido de intensa, claro, y si pienso en eso, puedo imaginar que esta casona, heredada pero refundada por su impronta, fue como su propio arrecife. Una casa como una fortaleza, una roca, pero amable. Una roca amada y amable, un oxímoron, como Victoria en sí misma.

Arrecife en el que se quedaba también en los meses más fríos. Algo la imantaba.

Y si tuvo mayor interés por Villa Ocampo, al menos testamentario, no por eso descuidó la que lleva su nombre. Bueno, uno de sus nombres… Seguramente el elegido.

Así como tuvo mayor interés en idiomas como el inglés, desde el que se comunicaba con Woolf o el francés, con el que mantenía su correspondencia con compatriotas, conforme la usanza de esa clase y en esa época. Y por favor, no descontextualizar, que Victoria nunca despreció el castellano, simplemente fue educada conforme los usos de su tiempo, y no conforme esos mismos usos y costumbres, nunca censuró, por ejemplo, la homosexualidad, de sus amigos y amigas, y la que conocemos, en su familia. Algo de eso, de esa falta de formalidad, la innecesaria, dejó en claro cuando la invitaron a formar parte de la Academia Argentina de Letras, con el humor que también la caracterizó. A veces agrio, pero humor al fin en alguien que se comprometió con una causa tan seria como lo es la cultura. ¿Que tenía dinero para hacerlo? Sí, y de hecho perdió mucho, y podría no haberlo hecho, y fin del cuento.

Y volvemos a la Casa, a nuestra Villa Victoria, impregnada de esa apertura, que se nota, con mayor o menor dicha, conforme las gestiones de Cultura en la ciudad.

Desde visitantes de una élite, pasando por sede de la Escuela de Teatro, hasta alojamiento de artistas, en la antigua casita de los caseros, de figuras como Celeste Carballo, Soledad Silveyra y Fernando Noy, que durante el verano de 1999 fue invitado por Juan Carlos García Reig, escritor que murió y que dirigiera la Villa y que hoy es recordado con un árbol de Ginkgo biloba justo donde comienza el caminito a esa casa chica de estilo francés, camino por el cual, tal vez, entraba a robar flores, me consta… (creo que un poco a espiar) y en una de esas incursiones conoció a la mujer que ya llevaba décadas con gafas fantoscópicas. No lo amonestó: le dio una clase de jardinería y ya en la cocina, donde verdaderamente ella misma se hacía su té, respondió al atrevimiento del jovencito contándole cómo había sido su paso por la cárcel: como el de toda mujer que debe afrontar esa desgracia.

Esa casita de estilo francés, que contrasta con la Casa prefabricada y armada aquí mismo, también fue sede de la Secretaría de Cultura. Antes, la que está en el otro lateral, de clara línea inglesa, donde había cocheras y dependencias para el personal, daba talleres el artista Gustavo Mena, sobre todo de figura humana, con modelo vivo, a pares, como Laico Bou.

Fue como si aquella impronta de visitantes ilustres siguiera firme, como un legado. Visitantes ilustres de cierta aristocracia intelectual y del under.

Y aquí no hay barreras para quien sabe apreciar la magia. Fernando Noy, a cuya figura y trayectoria el Museo de Arte Contemporáneo dedicará una súper muestra en agosto, Noy, que se autodefine con lo que llama las tres P, a saber… Poeta, Puto y Peronista, cada vez que puede cuenta que Mar del Plata le ha dado amigos y una estadía en la casa de Victoria. Y a propósito, la percepción de Fernando de las tres P, a Victoria le hubiera divertido.

Porque si algo no tuvo esa mujer que desafió a la aristocracia y sus normas y que tomaba simple té con tostadas de pan viejo al horno, no masas (sí adoraba los scons), escribía que si algo no tuvo fue pacatería de alcurnia tilinga.

Nada más alejado a quien respondió a la invitación de formar parte de la Academia con un “¿Por qué yo? Si tengo el castellano como tercera lengua”. Sinceridad brutal.

Y volviendo a la casa de la encantadora… Encanta.

A los visitantes que llegan directamente a conocer la historia, a los estudiantes que ni siquiera conocían el barrio y que, llegando de zonas desfavorecidas de esta Mar del Plata, en las visitas preparadas para escuelas, se plantean vivir por acá…

Y lo que cuento es textual, y está muy bien, porque con Cultura de la mano de Educación es que se da la promoción social. Y que la Casa se abra a los colegios y de manera gratuita es… formidable.

Como formidables eran las anécdotas de Sánchez, cuidador, casi centinela de Villa Victoria durante mucho tiempo… Anécdotas de cuando se encendían y apagaban las luces sin que nadie accediera al tablero, o de pronto el techo de la antesala del dormitorio principal se cayera hasta la base de la lámpara (es una cubierta de tela, en realidad, o lo era) y luego, curiosamente apareciera tenso otra vez. Esas cosas pasaban, como el corrimiento en centímetros del piso hasta la base, por el accionar de las comadrejas que se llegaban a ver asomándose al zócalo desplazado del toilette de la planta baja.

Cosas de una casa, sostenida no sin esfuerzo durante mucho tiempo y sospecho, con un poco y mucho de vida propia. Porque una casa que tuvo un alma no se improvisa. Se vive.

Tal vez por eso hoy se ingrese a la casa por atrás, como si se hubiera dado vuelta. Porque ya tiene una modalidad propia, como la de quien la heredó y más la habitó: disruptiva, irreverente… Poco convencional. Mutante. Igual, pero distinta. Y eso la distingue.

Mucho más que un Museo.

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