DE AMOR Y DESENCUENTROS
Por Virginia Ceratto
(especial para Mdphoy)
Veinte años después de dirigir a los mismo actores en Lejana tierra mía, de Rovner, con los mismos personajes, como si la anterior hubiera sido una precuela, Oscar Barney Finn, junto con Marcelo Zapata, conciben este encuentro entre padre e hijo.
Dos mundos tal vez irreconciliables, tal vez, en donde se juegan los secretos, esos que siempre saldrán a la luz, las búsquedas abandonadas o reemplazadas, los mundos que el tiempo superpone y a la vez colisiona y el arte, como lugar de encuentro que, en algunas, muchas, ocasiones apenas remienda y en otras ni siquiera calma.
Porque a pesar de la lluvia, que suponemos mansa, sobre todo viendo ese maravilloso exterior que se incorpora en esta sala Cuatro Elementos, no hay remanso posible, y la tormenta, largamente postergada para estos dos casi desconocidos, seguirá latente. A punto de…
A punto…
Y porque a pesar del arte, el de la obra, la dramaturgia, indudable, el de la expresión pictórica que comparten o han compartido esos hombres, no hay refugio para el amor cuando la tristeza del fracaso queda adentro, paradojalmente, a la intemperie. Y eso no se puede pintar, no se puede relatar… No se puede.
Como no hubo refugio hace dos décadas ni parece haberlo ahora, en el afuera, desde donde suenan balas y sirenas. Las balas reales y las simbólicas, esos dardos y silencios que se dedican este padre y este hijo. Esas ambulancias que nunca llegan…
Es esta crisis la que desnudan en una casa que es un taller, que es un escenario, que es teatro, con diálogos sin estridencias, sin apelar a recursos más fáciles, como el llanto o los insultos, Osvaldo Santoro y Paulo Brunetti, dirigidos de manera formidable por Oscar Barney Finn.
El primero, es un padre mayor, que no acierta a suponer qué traerá este reencuentro imprevisto, luego de dos décadas. Reencuentro también de Santoro con su personaje, ahora ya viejo… No sabe, pero tiene esperanza, se permite imaginar y por momentos deja de lado sus fracasos, enmascarados en el silencio o el cinismo. Y hace denodados esfuerzos para recomponerse y quizás, recomponer la vida. Conmovedor…
Paulo Brunetti, como un adulto de este tiempo, sin nostalgia por un mundo digital que ya le es extraño, oculta algún atisbo de ternura porque sabe… Sabe que no. Y por eso oculta, porque para qué…
Este hijo asume su tragedia de hombre solo, consciente de que no tiene a qué o a quién aferrarse. Y ese dolor contenido angustia. Se ha logrado la identificación.
Una vez más, y no hay entretenimiento ni benzodiacepinas que valgan, el amor golpea, late, y duele.
Acá no se romantiza nada.
Excelentes la escenografía y la iluminación. Un aparte para esos telones operísticos abstractos que campean con abismos como correlato de las escenas íntimas de los protagonistas. Abismales. Esos personajes tienen miedo de saltar, porque saben que no hay red.
Bien Daniel Casamayor.
Ficha técnica:
Dramaturgia: Oscar Barney Finn, Marcelo Zapata
Actúan: Paulo Brunetti, Osvaldo Santoro
Diseño de Iluminación: Del Bianco Estudio
Escenografía: Daniel Casamayor
Diseño gráfico: Leandro Correa
Asistencia de dirección: Tadeo Goldstein, Tomas Heck
Prensa: Majo Garufi
Producción ejecutiva: Tomas Heck
Dirección: Oscar Barney Finn.