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River, el ganador del año

Ningún equipo sale campeón en la víspera de una final ni ningún equipo puede colgarse medallas antes de tiempo pero River, aun cuando de acá a diciembre se resolverán otros tres títulos del año –la Copa de la Liga, la Copa Argentina y el Trofeo de Campeones-, quedó a las puertas de ser el ganador 2023 del fútbol argentino. Al menos, pero nada menos, en el eterno duelo con Boca. Ya con noviembre entrado en días, una Liga Profesional y los dos superclásicos ganados de la temporada, más los 29 puntos de diferencia en la tabla general, suponen una cosecha indescontable.

Como el fútbol es un asunto de binomios, el 2-1 del Fluminense no puede traducirse como un triunfo (la grandeza se hace ganando títulos, no festejando derrotas ajenas, aunque sea inevitable y en muchos produzca endorfinas similares) pero evitó lo que habría sido una paliza a todo el ecosistema de River. Que Boca no haya ganado la Copa (aunque lo que perdió, sobre todo, fue la construcción de un relato, el del equipo campeón sin triunfos que ganaba por sí mismo, por antonomasia) también significa una tonelada de alivio para la gestión de Martín Demichelis.

La historia de los River-Boca está llena de técnicos que caen por triunfos al otro lado del muro. ¿Cuántos –buenos- técnicos de Boca desfilaron por ser contemporáneos de Marcelo Gallardo? ¿O acaso Américo Rubén Gallego y Manuel Pellegrini no serían recordados con más gratitud en Núñez si no fuera que enfrente les tocó el Boca de Carlos Bianchi? Las Copas Libertadores son un tsunami que golpean en dos orillas.

Así como Jorge Almirón ya es hojarasca de la historia –el primer técnico de Boca que perdió sus dos primeros clásicos desde 1985-, Demichelis –el primer entrenador de River en ganar sus dos primeros clásicos ante Boca desde 1986- se sacó los vendajes de una herida que lo habría dejado en situación crítica, con tubos de oxígeno a su lado.

La exigencia de algunos hinchas el viernes por la noche tras el 1-2 ante Huracán, la primera derrota después de ¡20! triunfos consecutivos en el Monumental, se pareció más a un reproche nacido en el Boca finalista de la Copa Libertadores que en los barullos internos de River. Sí, es raro que no haya entrado Miguel Borja –al que evidentemente Demichelis considera menos que los hinchas- y que algunos centros de Santiago Simón pueden causar cierto fastidio, pero la mayor causa de la picazón riverplatense estaba en Río de Janeiro.

Ahora ya está: con el misil de John Kennedy, Demichelis sorteó el segundo de los problemas que debía eludir en un segundo semestre inesperadamente reconvertido en una carrera de obstáculos. La Liga Profesional y los pasajes de muy buen fútbol en el primer semestre se rompieron en los 30 días de julio y agosto en los que las eliminaciones seguidas de la Libertadores y la Copa Argentina, más el resquebrajamiento en las relaciones entre el técnico y el plantel, dejaron al técnico en una situación de debilidad.

Demichelis quedó entonces ante cuatro desafíos. El primero, pasar el superclásico en la Bombonera. Lo pasó. El segundo, por orden cronológico, era ajeno a sus posibilidades: que Boca no saliera campeón de la Copa. También lo pasó. Ahora restan los dos títulos con los que River debe cerrar el 2023, la Copa de la Liga y el Trofeo de Campeones –en 2024 le seguirán la Supercopa Argentina y la Supercopa Internacional-. Serán clave no sólo para engrosar las vitrinas del club sino para que el hincha termine de confiar, o no, en el técnico para el objetivo mayor, la Libertadores del año que viene.

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