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La violencia en las escuelas crece, y Kicillof mira hacia otro lado

Las escenas se repiten en distintas ciudades bonaerenses: peleas entre alumnos, agresiones a docentes, padres que irrumpen en las aulas. En el Colegio Normal 2 de La Plata, una preceptora terminó herida tras intentar separar una pelea. En Bahía Blanca, un profesor fue golpeado por un alumno. En el conurbano, las escuelas piden refuerzos policiales para garantizar clases sin disturbios.

Y ahora, Mar del Plata. Apenas horas después que esta nota haya sido escrita, que por una cuestión de recursos, no pudo ser publicada en la jornada de ayer.

Docentes de escuelas bajo jurisdicción provincial y municipal realizan este miércoles un paro por 24 horas contra la violencia en las escuelas.

La medida fue adoptada por los sindicatos de la educación luego de que un grupo de padres irrumpiera de forma violenta en la escuela 21 del barrio Jorge Newbery de la ciudad de Mar del Plata para exigir explicaciones por el presunto abuso de dos niñas de 7 años por parte de otro alumno de 10, que derivó también en el incendio de la casa de la familia del menor acusado.

¡No a la violencia en las escuelas!”, exigió la conducción de Suteba en General Pueyrredon. El gremio convocó a una movilización a las 10 en Luro y 14 de Julio, y resaltó que los establecimientos educativos “son territorios de paz”.

Pero los sindicatos no debieran hacerse los distraídos.

Cada vez que estos hechos llegan a los medios, se repite la misma explicación:

La escuela es violenta porque la sociedad lo es.”

La crisis económica genera enojo y frustración.”

Son frases cómodas, políticamente correctas. Pero también son falsas o, al menos, incompletas.

La violencia en las escuelas bonaerenses no comenzó ayer. Es el resultado de un proceso lento y profundo que se inició en la Argentina de los años noventa, cuando el sistema educativo empezó a resignar su autoridad pedagógica en nombre de una falsa idea inclusiva.

Las reformas fragmentaron la estructura escolar, desdibujaron el rol docente, diluyeron las sanciones y confundieron inclusión con permisividad. Desde entonces, el aula se volvió un espacio donde la norma dejó de ser clara y la autoridad, confiable.

Los adultos de hoy —padres y madres de los actuales estudiantes— son producto de aquella escuela que dejó de marcar límites. Hoy repiten con sus hijos lo que la institución les enseñó: que se puede convivir sin reglas, que la palabra del docente no es definitiva, que toda autoridad debe justificarse antes de ejercerse.

Una escuela que no establece límites es una escuela que renuncia a educar. La autoridad no es autoritarismo: es orientación, contención y ejemplo. Cuando se la sustituye por una convivencia “horizontal” sin jerarquías ni sanciones, lo que surge no es libertad, sino desorden.

El docente, desprotegido, queda solo frente a alumnos que “pueden hacer lo que quieren”.
Los equipos directivos, atados por normativas ambiguas, no pueden aplicar sanciones punitivas porque la normativa vigente apela a la reflexión.

El Estado Provincial y los sindicatos docentes alineados ideológicamente, en lugar de respaldar, se desentienden con discursos que apelan al contexto social como excusa. En ese vacío, la violencia encuentra espacio.

Decir que “la escuela es violenta porque la sociedad lo es” es una manera de eludir responsabilidades.
Decir que “todo es culpa de la situación económica” es otra forma de mirar para otro lado.

La escuela debe ser contrapeso del entorno, no su espejo.

Hay instituciones en contextos vulnerables que logran sostener el respeto, la disciplina y el aprendizaje. La diferencia no está en el barrio: está en la conducción, en la coherencia y en la presencia adulta.

El aula no se ordena sola. Se ordena cuando hay convicción, reglas claras y docentes respaldados.

La violencia escolar no se resolverá con patrulleros ni con talleres ocasionales. Se resolverá cuando el sistema educativo recupere su sentido original: formar ciudadanos, no simplemente contenerlos.

Eso exige volver a colocar la autoridad en el centro del proceso educativo.

No se trata de castigar, sino de poner límites con sentido pedagógico.
No de imponer miedo, sino de recuperar respeto.

Una escuela sin autoridad es un aula sin futuro. Y un Estado que naturaliza la violencia escolar es un Estado que abdica de su deber más elemental: educar en orden, responsabilidad y cultura del esfuerzo.

La violencia en las escuelas bonaerenses no es solo un reflejo de la sociedad ni una consecuencia de la pobreza. Es el síntoma más visible de una escuela que perdió el rumbo, que dejó de exigir y de formar en convivencia.

Recuperar esa autoridad no es retroceder: es avanzar hacia una educación con sentido. Porque si la escuela no enseña a respetar, la sociedad no sabrá convivir.

@DistefanoLuis en X

Director de www.profe.ar

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