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Ganó el equipo platense y se lleva el Trofeo de Campeones

Mirá, qué querés que te diga. El fútbol tiene esas cosas que no te las explica ni un sociólogo sueco con tres doctorados. Lo de San Nicolás fue un drama griego, pero con olor a choripán y gente transpirando la camiseta bajo un sol que te rajaba la nuca.

Porque el fútbol, me decía el Mendieta mientras se rascaba una oreja, no es para los que tienen la razón, sino para los que tienen el aguante.

El Escenario del Crimen

San Nicolás estaba hasta las manos. Parecía que habían soltado a toda la ciudad de La Plata y a medio Vicente López en una misma vereda. De un lado, el Pincha, con ese aire de «nosotros inventamos el orden y el sacrificio», y del otro el Calamar, con esa fe del que sabe que el destino siempre le debe una y alguna vez va a tener que pagar.

El Nudo del Asunto

El partido arrancó con esa tensión de cuando te presentan a la suegra: nadie quería meter la pata. Pero Estudiantes tiene ese gen, ¿viste? Ese ADN que les corre por las venas que es como una mezcla de pizarrón de Zubeldía y un reloj suizo.

• El primer cachetazo: Estudiantes golpeó primero. Una jugada de esas que parecen ensayadas en un laboratorio de la NASA pero con el barro de City Bell. Gol. 1 a 0.

• La reacción del Calamar: Platense, que tiene más vidas que un gato de siete colas, no se quedó en el molde. Empujó, fue al frente con esa prepotencia del que no tiene nada que perder. Y llegó el empate. Ahí la tribuna de Platense era un solo grito, un desahogo de esos que te dejan la garganta a la miseria.

La Estocada Final

Pero el fútbol es cruel, pibe. Es injusto como un árbitro sin anteojos. Cuando parecía que nos íbamos a los penales —donde ya sabés que es una lotería y que Dios atiende en los doce pasos—, apareció la mística platense.

Un centro, una desatención, y el 2 a 1. Gol de Estudiantes. Un mazazo.

El Pincha se cerró atrás como una persiana de fierro a las dos de la mañana. Platense fue y fue, tirando centros que eran más ruego que otra cosa, pero la defensa de Estudiantes sacaba hasta los papelitos que caían de la tribuna.

Conclusión de Mesa de Café

Al final, Estudiantes se lleva el Trofeo de Campeones a la vitrina. Es esa costumbre que tienen de ganar finales, de saber sufrir, de entender que el fútbol es un deporte donde se juega con la cabeza pero se gana con los dientes apretados.

Platense se quedó ahí, masticando bronca, con el pecho inflado de orgullo pero las manos vacías. Porque así es la milonga: uno baila con la más linda y el otro se vuelve a casa pateando una lata.

«En el fútbol, ganar no es lo más importante… es lo único, decían los antiguos. Pero qué lindo es cuando, además de ganar, te queda esa sensación de que dejaste el alma en el pasto, aunque el resultado sea una puñalada en el medio del sentimiento.»

Así lo hubiera escrito el Negro Fontanarrosa. O no ?

 

En el fútbol argentino, las finales no se juegan con el manual de la estética, sino con el de la supervivencia. Y en ese terreno, Estudiantes de La Plata se mueve como un pez en el agua. En una calurosa tarde en San Nicolás, el «Pincha» volvió a dar una lección de oficio para derrotar por 2 a 1 a un aguerrido Platense, quedándose con el Trofeo de Campeones y sumando una nueva estrella a su frondoso palmarés.

El equipo de Eduardo Domínguez entendió el pulso del partido desde el minuto cero. No necesitó de una posesión abrumadora, sino de la contundencia quirúrgica que caracteriza a los equipos maduros. Platense, bajo la dirección de la dupla Orsi-Gómez, fue un digno rival que vendió cara su derrota, mostrando que su llegada a esta instancia no fue obra de la casualidad sino de un proceso sólido.

El desarrollo: Del laboratorio al desahogo

El marcador se abrió temprano tras una jugada que nació en la pizarra y terminó en la red, recordándonos que en Estudiantes el orden es una religión. Sin embargo, el «Calamar» reaccionó con la hidalguía de quien se sabe ante una oportunidad histórica. El empate transitorio de Platense encendió la final y puso a prueba los nervios del León.

Pero las finales las ganan los detalles. En el complemento, cuando el cansancio empezaba a pasar factura, Estudiantes apeló a su mística. Un centro preciso, una llegada al vacío y la definición que sentenció el 2-1 definitivo. Los minutos finales fueron un ejercicio de resistencia: Estudiantes bajó la persiana, cerró los caminos y dejó que el reloj consumiera las ilusiones de un Platense que, pese a los cambios ofensivos, no logró vulnerar el muro platense.

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