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En Nicanor Otamendi vinculan el robo del cadáver de un bebé a un culto satánico

Los padres de Ciro Aranda descubrieron el 24 de diciembre último que el cuerpo de su hijo había desaparecido de su ataúd en el cementerio de la localidad de Otamendi. Hoy, la fiscal del caso cuenta con pruebas que apuntan a una secta en la pequeña localidad

Alberto Aranda hace lo que puede con sus días. El 24 de diciembre último, Alberto y su esposa Mara, oriundos de Otamendi, una localidad de diez mil habitantes cercana a Miramar, juntaron algunas flores para poner sobre el ataúd de su único hijo Ciro, fallecido el día 10 de ese mes a causa de una neumonía: tenía apenas un año y dos meses.

Alberto y Mara habían decidido que el cuerpo de su hijo no fuera enterrado. Sin cupo disponible en los nichos del cementerio local, las autoridades decidieron que el ataúd fuera transportado a un depósito dentro del predio, una habitación de cinco metros por tres en teoría cerrado con candado, hasta que los nuevos nichos fuesen construidos a fines de este verano.

Al entrar al depósito el 24 por la tarde, Mara deslizó sin querer su mano sobre el ataúd, corriendo la pequeña tapa: los padres de Ciro descubrieron que su cuerpo ya no estaba. Casi dos semanas después, el cuerpo no aparece. “Estamos ahí, luchándola”, dice Alberto a Infobae, en un alto en la ruta esta mañana en una estación de servicio mientras se dirige a reunirse con funcionarios vinculados a María Eugenia Vidal que ofrecieron apoyo para la familia. La doctora Ana María Caro, titular de la UFI del partido de General Alvarado, es la fiscal a cargo de encontrar el cuerpo. El padre de Ciro tiene un solo pensamiento en su cabeza: “Tengo miedo de que todo quede en nada”.

La Policía Bonaerense está a cargo de la búsqueda por agua y por tierra, en las zonas aledañas de pajonales, en campos, en arroyos. “El operativo continúa”, asevera la fiscal Caro. Por otra parte, Caro asegura: “Hay una pista firme”. Esa pista señala a una sola dirección: “Un grupo satánico que opera en la zona de Otamendi y que se dedica a practicar rituales”, afirma la fiscal. El dato, que implicó romper con el temor de varios vecinos, no fue fácil de conseguir.  Se esperan medidas en los próximos días.

El pueblo de Quimilí apodaba “El Brujo” a Jiménez, “El Terrible” era otro apodo frecuente. Y “El Brujo”, en su casa, tenía un altar, con una gran efigie de San La Muerte y una bandera de la deidad, pequeños amuletos, todo dentro de un placard. Un perro rastreador llamado Halcón se lanzó ladrando sobre la mesa de luz de Jiménez. Los policías de la división Homicidios encontraron allí una carta, una suerte de pacto: “Ya tengo su virilidad, su juventud, su fortaleza. DAME LO QUE PIDO”, decía.

Otros cajones revelaron recortes de diario sobre el infanticidio de “Marito”, papeles como amuletos que leían “dame tu fuerza, 666”, la efigie del ojo en el triángulo, el antiguo símbolo de la providencia divina. La hipótesis, para la PFA y la jueza Falco, es tan simple como horrible, según apuntaron investigadores del caso.“Marito” murió en un crimen ritual bajo una teología demente: lo mataron para cosechar su energía vital.

El cuerpo de Ciro tampoco es el primero en ser robado del cementerio de Otamendi en una fecha del calendario cristiano. En las últimas Pascuas, el cadáver de Matías Valentino Fernández, de apenas dos años, hijo de una familia de quinteros bolivianos de la zona, fue encontrado a la vera del arroyo La Totora en la Ruta 11, sus dientes prolijamente arrancados, así como sus pies y órganos internos. Había sido enterrado en Otamendi poco antes.

El encargado del cementerio terminó detenido, imputado por encubrimiento y falso testimonio, encarcelado en el penal de Batán. Luego recuperó su libertad debido a que, según publicó el diario La Capital de Mar del Plata, la Justicia consideró que robar un cadáver es “una contravención y no un delito penal”. La doctora Caro dice que ambos hechos “podrían estar relacionados”: la fiscal fue la encargada de encontrar el cuerpo de Matías y de intentar identificar a los responsables de robarlos.

Los padres de ambos niños se conocieron, sin saberlo. Alberto y Mara Aranda convocaron a una marcha en la parroquia local de Otamendi en el día de Navidad. “Ahí vinieron los padres de Matías a solidarizarse”, afirma Alberto: “Yo no los conocía. Supe quiénes eran un tiempo después”.  

Las medidas de seguridad en el cementerio eran mínimas al momento del robo de los cuerpos de Ciro y Matías. Continúan siéndolo hasta hoy. Alberto Aranda asegura: “Nunca pusieron seguridad, nunca pusieron cámaras. Hay un paredón derribado por el que podés entrar caminando. La misma gente que estaba cuando se robaron el cuerpito de mi bebé sigue trabajando. Se lo dije al intendente, se lo dije de frente. Nada cambió”.

Infobae

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