El camino que va de Congreso a Luján fue una montaña rusa que arrancó, bien arriba en Buenos Aires, con los festejos de un gol tempranero y se hundió 76 kilómetros después en un desesperado ruego a la Virgen para esquivar la desazón.
En el medio ya saben. Quedamos afónicos de gritar los goles que no fueron. Tres en total. Practicamos lo que debería declararse cómo el verdadero deporte nacional: la ilusión frustrada. En ese mundial, sí que somos favoritos.
Además de Messi, las estrellas de la mañana (antes de que empiece el partido, obvio), fueron las panaderías. En la mayoría había cola. Muchos fanáticos salieron bien temprano a pertrecharse fuerte para mantenerse bien nutridos durante los noventa minutos de juego.
En las estaciones de servicio se alinearon las mesas y las sillas frente al televisor. Eran empleados de negocios cercanos o choferes a los que el partido los sorprendió en la ruta. También había grupos de gente a medio camino entre su casa y su trabajo
Es mentira eso de que el país se paraliza cuando juega la Selección, como dicen los relatores. Vi un montón de gente trabajando. En las estaciones de servicio, por ejemplo, se sigue despachando normalmente para los automovilistas a quienes el fútbol no los convoca.
El segundo grupo es el de la gente que directamente está en otra, mientras que los primeros viven esa diferencia con una actitud militante. Son los quienes no pueden dejar que el fútbol los sorprenda con una alegría porque no quieren sacar la vista de sus penurias, que son otras.
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