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De la euforia a la fe: así se vivió el partido de la Selección durante una peregrinación a Luján

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El camino que va de Congreso a Luján fue una montaña rusa que arrancó, bien arriba en Buenos Aires, con los festejos de un gol tempranero y se hundió 76 kilómetros después en un desesperado ruego a la Virgen para esquivar la desazón.

En el medio ya saben. Quedamos afónicos de gritar los goles que no fueron. Tres en total. Practicamos lo que debería declararse cómo el verdadero deporte nacional: la ilusión frustrada. En ese mundial, sí que somos favoritos.

Además de Messi, las estrellas de la mañana (antes de que empiece el partido, obvio), fueron las panaderías. En la mayoría había cola. Muchos fanáticos salieron bien temprano a pertrecharse fuerte para mantenerse bien nutridos durante los noventa minutos de juego.

Quizás haya sido porque todavía estaba de buen humor, pero me divirtió ver a la gente caminar por la calle con su paquetito de facturas apurando el paso para no llegar tarde a esta primera cita. Mucha gente cruzando la calle a paso corto y acelerado. Tierno.

En las estaciones de servicio se alinearon las mesas y las sillas frente al televisor. Eran empleados de negocios cercanos o choferes a los que el partido los sorprendió en la ruta. También había grupos de gente a medio camino entre su casa y su trabajo

Es mentira eso de que el país se paraliza cuando juega la Selección, como dicen los relatores. Vi un montón de gente trabajando. En las estaciones de servicio, por ejemplo, se sigue despachando normalmente para los automovilistas a quienes el fútbol no los convoca.

Durante los partidos de Argentina hay un mundo paralelo de gente que no les importa nada el mundial de fútbol. Este grupo se divide en dos: los que alardean de eso, y los que no.

El segundo grupo es el de la gente que directamente está en otra, mientras que los primeros viven esa diferencia con una actitud militante. Son los quienes no pueden dejar que el fútbol los sorprenda con una alegría porque no quieren sacar la vista de sus penurias, que son otras.

En pocas palabras, son los que no quieren que la Doctrina Kelly Olmos los arrastre y es por eso que mantienen la guardia (demasiado) alta.
Vendrán ahora nuevos partidos pero ya no va a ser lo mismo. Así como nada es igual después del primer desamor. En los partidos que vienen todos seremos más cautos. Más medidos. Hoy perdimos otra vez la ingenuidad.
Cuando llegué a Luján todavía faltaban 20 minutos de juego. Pero con Pedro, el remisero que me acompañó en esta peregrinación, no nos hacíamos muchas ilusiones. Por suerte estábamos en Luján, la Ciudad de la Fe. Fue el mejor lugar en donde podía encontrarnos la derrota.
Ahora todos ya empezamos a hacer números y otras especulaciones. Pero lo más importante es ponernos nuevamente en camino. Tomar aire y embestir de nuevo. Nada que le resulte extraño, ni que lo sorprenda, a un argentino. Parece que nacimos para eso.

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