Arte y Cultura, Teatro

CRÍTICA / TEATRO: “Stefano”

blankLARGA VIDA A LA COMEDIA

Por Virginia Ceratto

(especial para Mdphoy.com)

Decía Walter Benjamín que solo por amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza. Y en tiempos de la posguerra, y hoy, esa sentencia nos duele en los huesos -ya quisiéramos ser parte de un mundo feliz- al menos a los que sentimos que es necesaria una justicia poética, más acá de la real de los magistrados, que nos premiara a todos.

La jugada puesta del clásico de Armando Discépolo -Sala Astor Piazzolla- conmueve por la actualidad de la tragedia que puede atravesar a cualquier personaje sobre cuya espalda cargan las ilusiones y proyectos de toda una familia, sino que lo logra, en esta versión, por esa elección de una ambientación de época impecable que nos lleva a reflexionar acerca de nuestros abuelos, padres, y de quienes nos sobrevivirán. Porque en esta producción que brinda La Comedia de la Provincia, dirección (Marcelo de Bellis y Luis Longhi), actuaciones (Luis Longhi, Maia Francia, Emilio Rupetez, Gaby Almirón, Nacho Toselli, Mabel Campos, Trinidad Falco y Nico Cúcaro) la música en vivo (Eugenio Masa, Joaquín Blas Pérez, Juan Sleig y Andrés Gómez Cardozo con dirección de Juan Ignacio López) y la escenografía (Soledad Machado) arrancan literalmente de la platea al espectador para convertirlo en un testigo que afronta ese duelo entre la precariedad de una casilla y su miseria, con la impotencia de quien se aferra a las hilachas de la esperanza que cuelgan como los jirones de la vela de una embarcación cuya estela ya se pierde a la deriva.

La condición humana plantada en su soledad absoluta, porque no hay cómplices para el dolor.

Y aventuro, todo esto y más, sabe y asumo que de ahí la elección de la obra, el director de La Comedia, Eduardo Albano, quien, tiempo atrás, nos maravilló con la versión de “Antígona”, en aquella oportunidad en la Sala Payró, quien supo, junto con Marcelo Marán, traer la tragedia de Sófocles, a una de las villas más pobladas de Buenos Aires: todo se conjuga: la sentida dedicatoria de “Stefano” a Jorge Taglioni, Creonte en aquella puesta y la sentencia de Sófocles: entre las cosas más terribles, o más maravillosas, está la criatura humana, según se elija la traducción del griego, o y también, según se mire, la vida, según Campbell… Hemos sido arrojados del vientre a este mundo, solamente para sufrir. Y el público de “Stefano”, que no elige mortadela y strass, lo sabe.

Otro mérito que suma Albano a su trayectoria: brindar, desde La Comedia, aquellas obras que interpelan desde el arte y que permiten tramitar esos interrogantes fundamentales desde las herramientas que nos provee la cultura.

En tal sentido, cabe esperar que, con un adecuado marco, con un encuadre del que dispone un organismo oficial que puede conjugar, Cultura y Educación, la obra se ofrezca en el curso del calendario del 2023 para estudiantes, porque merecen y precisan aprender que las letras que denuncian los temas del rap no fueron ni son ajenos a las heridas de los que ya se han alejado de la juventud. En las pérdidas no hay grieta, más allá de los estilos afines a una u a otra generación.

En esta puesta no hay una mirada atenuada, complaciente, no hay una comodidad costumbrista. Asistimos a un protagonismo casi griego, el de una persona que se enfrenta con un destino que parece olvidado por algún dios perverso que sí, juega, tal vez, a los dados.

Y ese protagonista, magistralmente encarado por Luis Longhi, carga el peso de su desgracia con la fuerza de una impotencia, paradojalmene, arrolladora. Paradojal como su nombre, etimológicamente el victorioso.

Gaby Almirón, un partenaire a la altura del protagónico, compone a un Pastore, por momentos chaplinesco, y consigue reflexiones acerca de las diferentes caras de un sentimiento que no necesariamente es impoluto: la piedad.

Esos contrapuntos, perfectamente logrados, nos remiten a un tema del que nadie escapa: la pasión, lo que no se puede evitar. Ni aún el victorioso.

Y hay que verla, hay que recuperar esa visión de aquellos autores, como Discépolo, que han sido visionarios, aunque nos duela, porque también el dolor puede ser una opción, debería serlo, que nos ayude a cambiar el curso y recurso de la sociedad y sus embates.

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