Arte y Cultura, Teatro

CRÍTICA // TEATRO: “Quien soy yo. Filosofía clandestina”

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UNA INVITACIÓN A PENSAR

Por Virginia Ceratto

(especial para Mdphoy.com)

Una irrefutable respuesta del público que hizo que se duplicara la función de los martes, convirtiendo la puesta en un maratón para el actor, “Quién soy yo. Filosofía clandestina”, se presenta los martes a las 19:30 y a las 21:00 en la Sala Roberto J. Payró del Teatro Auditorium, con guión de Daniel Cúparo y Carlos La Casa. Dirección y puesta en escena, Fabián Vena.

“Quién soy yo…” es el monólogo -hay unipersonales que no lo son, éste sí- de un personaje, un docente filósofo, en la mitad, ya pasada -podemos asumir por lo que cuenta- de su vida, que debe refugiarse en la clandestinidad, víctima del aparato burocrático educativo que ha pisoteado su originalidad y rebeldía. Cualquier parecido con la realidad seguro no es mera coincidencia.

Con un vestuario que pasa del overol, acierto sin duda, a cierto sesgo más formal -que nos recuerda, a los viejos, como en una humorada, a aquel pibe de “La Banda del Golden Rocket”-, el personaje de Vena nos lleva hasta su infancia, adolescencia y madurez en un tono de comedia que permite digerir el fracaso de quien no ha obedecido los mandatos. De otra forma sería imposible soportar la identificación de todos los que no hemos elegido el camino conveniente y hemos recorrido el de Caperucita y nos dimos, claro, con el lobo.

Se puede pensar en la serie “Merlí”, incluso en Darío Z. Y no están mal las referencias, si es que lo motivaron, hay tantas y tantos que más que referenciar se copian, y lo hacen mal… Y todo lo inventaron los griegos y antes, los hiperbóreos, si vamos al caso.

Pero acá hay algo más, esa curva clandestina.

Y destaco esa palabra del título de la obra porque también tiene un correlato con ese vestuario del comienzo: va contra lo que cualquiera pueda imaginar, porque la filosofía, con título, diploma o sin ellos, es un trabajo, y no necesariamente debe referir a los atributos, vestimenta incluida, de una élite. Detalle no menor en la elección de Vena.

Un verdadero filósofo, un verdadero maestro, es un obrero que intenta, muchas veces sin lograrlo, trabajar con las herramientas que posee y que son, hoy en día, por muchos, depreciadas: la palabra, la escritura. Sin togas, sin fama, con el prestigio que le da transmitir aquello que nos puede llevar a la verdad, que no es otra cosa que Aletheia: correr los velos. Y tras los velos siempre hay una realidad, una verdad que el poder quiere ocultar, y que por eso es clandestina.

Y algo más. Hay en el unipersonal una reivindicación de los diferentes. Los que no son ganadores. Los que son minoría. Los que tienen que hacerse oír. Y aquí, si el personaje hubiera sido cuir, me gusta escribirlo así, en rioplatense, hubiera sido un exceso, y el actor, y el guionista, no cayeron en eso, no hacía falta.

Este profesor que ha sido arrinconado desde su infancia y vapuleado como docente en su madurez, resiste. ¿Cómo? Como puede. Con un alumnado -y qué es un espectador sino un aprendiz, ya lo sabe Mascareño con su Escuela de Espectadores– incierto, tal vez poco feliz, tal vez enmascarado -y otra vez una referencia a la realidad y tanto espía- del que sabe poco. Pero lo intenta. Para ganarse la vida, no solamente en dinero, sino en esencia, porque la vida es algo por lo que hay que batallar para que tenga sentido. No todos los días, sino a cada rato.

El trabajo actoral, es un trabajo, repetir: el trabajo actoral es un trabajo, el trabajo actoral es un trabajo… es impecable. Diría que titánico. Este filósofo es un Sísifo que cansado, harto, angustiado, sigue cumpliendo con su castigo y cargando su dura roca. Pero a diferencia del mítico, encuentra una virtud que tal vez, le dé esperanza. No diré cuál es. Y sí, tal vez sea una concesión para aliviar tanto dolor, y recordemos a Walter Benjamin: sólo por amor a los desesperados, conservamos todavía la esperanza.

Vayan y descubran la virtud que podría salvarnos. Hace falta.

Bien Vena, corre sangre buena en tu nombre.

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