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CRÍTICA // ARTE: Chili García en la Cabaña del Bosque

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“Teresa en la playa”.

PERSONAJES EN BUSCA DE UNA HISTORIA COMPARTIDA

Por Virginia Ceratto

(especial para mdphoy.com)

Chili García, joven artista de Mar del Plata, continúa con su saga, su linaje de retratos que, en una composición que da lugar a una mirada cómplice del espectador, invita a imaginar y completar, si es posible, sus historias.

Esta vez, en un entorno bucólico, digno de una égloga, sus personajes marcan un contrapunto con esa calidez de la naturaleza exterior que ingresa en esos espacios internos que bien podrían reflejar aquel artículo formidable de Walter Benjamin, de la casa burguesa. Y digo contrapunto, porque todo ese ambiente acogedor, por momentos, muchos, manierista, alberga y abriga a estas figuras que siendo realistas no lo son.

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“Dulces magnolias”.

Porque hay algo y mucho de ensueño en esas obras que, además de una técnica acabada, tienen el plus de lo velado, aquello que necesita, precisamente, que quitemos esa especie de bruma, o velo, para llegar al corazón que cuenta. Aletheia, en griego, Verdad: quitar los velos.

Niñas, mujeres adultas, algún personaje que podría ser no binario -en la vejez o el gesto esquivo-, como en Desprecio, nos parecemos todos, incluso en las siluetas que no tienen rostro, pero cuyo gesto festivo lo dice casi todo.

Hay algo por desentrañar.

Los detalles: el cabello intensamente rojo, las manos juntas en plegaria, o por miedo que remiten a un temblor, el rubor o las rodillas lastimadas, las Dulces magnolias, amarillas, que parecen estar fuera de lugar en esa tristeza de la mujer que las lleva, la entereza de la casi anciana en traje de baño que parece salir cansada del mar de Teresa en la playa… Todo anima, todo cuenta. Hay una familia o un pueblo extraño en el mundo de Chili García, un mundo al que se quiere retornar.

Ese silencio que grita en la mirada de soslayo en la persona de Desprecio… Este linaje nos invita a querer saber más, a que nos cuenten o a contar, descaradamente.

Así, descaradamente frente a las pinceladas tenues que ponen el acento en el detalle imprescindible para narrar.

Tiene algo de Egon Schiele, pero sin esa ferocidad manifiesta. Aquí, la fuerza está en la pulsión de lo parcial, y en lo que se calla. La fuerza de la omisión deliberada.

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“Desprecio”.

Son joyas que no invaden, que invitan sin intimidar y que no obstante, inquietan. Y esa inquietud se transita desde la pura belleza. Una belleza casi literalmente descarnada, porque estas figuras parecen flotar, sin esqueleto: sus huesos son las almas que las animan. Almas que solamente da cierto escozor tocar, y sin embargo, se siente una fuerza potente en esa fragilidad.

Para arriesgarse a una experiencia de diálogo, de comunión y después, volver como quien sale del agua mansa que no araña desde un fondo turbulento que permanecerá ahí, en busca, u ocultando, su historia.

Porque cabe la pregunta cortazariana… Algo estaba ahí, pero dónde, cómo.

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