Arte y Espectáculos, Teatro

CRÍTICA // TEATRO: “Pelícanos negros”

HASTA QUE EL DESTINO NOS ALCANCE

Por Virginia Ceratto

(especial para Mdphoy)

Las distopías vienen advirtiendo desde el siglo pasado y el anterior, acerca de los males que provoca, y de los que puede ser víctima, la criatura humana.

La ciencia ficción, en cine, en literatura, han tratado, entre otros, los temas del hambre, tan desgraciado, y la comida, tan necesaria.

Y por qué el teatro iba a ser la excepción.

Alcanza con recordar “Soylent Green”, la película de los 70 de Fleischer o la novela “El día de los trífidos” de Jhon Wyndham.

Y sabiendo de la matriz universitaria de Adriana Derosa y su comienzo en las letras y de la época en que coexistían varios ciclos de cine que había en la ciudad, con las librerías emblemáticas, como Cervantes o El Quijote, atendida por su dueña, Marta, o por el uruguayo Whasington o Pablo Chacón, increíbles todos, me resulta por lo menos aceptable aventurar que esta dama, también con un precoz comienzo en el arte escénico con las marionetas, haya sido fascinada por la colección Minotauro y por las pantallas de los grandes cines.

Con tremendos títulos. En estantes y en pantallas.

Y no digo que librerías como El gran Pez, o Lilah, u otras no sean buenas. Y agradecemos que están los ciclos de Cine Arte y Funcinema, y otros, por cierto.

Hambre, aislamiento, falta de comida. Y modas, o experimentos que terminan en dramas.

Desde los trífidos, no por orden de aparición en nuestras vidas, una opción monstruosa pero aceptable, por su condición híbrida, hasta el extremo de las galletitas verdes en las que éramos convertidos para saciar a semejantes, y aquí vienen también esas sagas de caminantes come carne, la opción de Adriana Derosa ofrece un término medio en la nutrición y su consecuencia: ciertas especies se vuelven incontrolables por obra de la mismísima ley.

Es que ya se sabe, todos los extremos son malos.

Y de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.

Nadie pensó, parece, qué ocurriría si dejan de sufrir, que sí, que los animales sufren, y comenzarán a proliferar.

Extinción o proliferación. Ya escribí que los extremos son malos.

Abominables.

Derosa, tal vez como respuesta a los fundamentalismos del humus y las hamburguesas de soja, o de porotos, que no sé si el término hamburguesa les cabe, sí lo pensó.

Y lo llevó al borde. Bueno, que esta mujer no teme pasarse dos o tres pueblos… Se le suelta la pinza ¡y ya! Y no escribiré que se le escapa la olla, porque sería inapropiado, dado el tema de la obra y el tema en la realidad…

Lo pensó, lo escribió y lo dirigió. Y sé, por experiencia propia, que no es tarea menor.

Y no por ser mujer lo difícil.

Sino porque no es tan habitual aventurarse a tanto. Generalmente la cosa se suele decantar por una arista. Hay que elegir, parece ser el mandato.

Y porque el ambiente teatral, en Mar del Plata, en CABA, en cualquier provincia, no es el más amigable, ni el más generoso a la hora de reconocer el trabajo ajeno. Y si el trabajo es múltiple, la que te espera. Hombre, mujer, queer. Lo mismo da.

Y en el escenario el resultado. Ese personaje que pasa por las peripecias de obedecer a la Ley o a su propio mandato.

Como una Antígona del hambre.

Y lo hace en solitario, en aislamiento forzoso y forzado.

Y ahí tenemos a esa mujer acorralada por las mismísimas aves de corral y por qué no, por pelícanos negros.

Y por qué no, repetiré, a esa mujer acorralada. Punto. Cualquier semejanza con la realidad, seguro no es pura coincidencia.

Y lo hace en clave de humor. En un ambiente a caballo entre el absurdo y el esperpento.

En la escena, con un vestuario prolijo, ultra prolijo, que al comienzo, y dadas las referencias discursivas y las acciones, que remiten al horror, y no he escrito… horrorosas… ojo, es inevitable no pensar en la Tippi Hedren de Hitchcock, el dúctil Héctor Negro Martiarena, que tanto puede interpretar a un suicida como a una mujer a punto de desencajarse, nos sorprende una vez más con esta composición que va del extremo de la justificación casi religiosa, a la desesperación que, ya sabemos, tiene cara de hereje. O sea, no nos sorprende en nada. Todo lo hace bien. Excelente elección Adriana. Y por cierto, otro multifacético.

Operación técnica más que precisa de otra criatura orquesta, que lo mismo protagoniza que opera la consola, Marcos Moyano, porque en ocasiones, lo que se hereda, no se roba.

A puro teatro.

Al menos, hasta que el destino nos alcance.

Ficha técnica:

Intérprete: Héctor Negro. Autora: Adriana Derosa. Escenografía y vestuario: Héctor Negro. Operación técnica: Marcos Moyano. Dirección: Adriana Derosa. Prensa y redes: Mariana Albamonte.

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