Política

Un futuro muy corto

“Hay que llegar a diciembre, ahí viene el mundial y se renuevan las expectativas políticas”, decían en el albertismo apenas un poco antes de la salida de Martín Guzmán, hace 21 días; “hay que llegar a septiembre, ahí bajan la necesidad de importar gas y se podrán recomponer reservas”, dice hora Miguel Pesce, el presidente del Banco Central. Ese acortamiento del horizonte del gobierno da cuenta de los efectos de siete semanas consecutivas de corrida descontrolada contra el peso, una dinámica que amenaza con evaporar al Frente de Todos.

El desafío urgente para el oficialismo es ordenar el frente interno. Sin un acuerdo entre Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa  sobre cómo atender la urgencia que sea explícito y público, cualquier receta carecerá del respaldo político suficiente. Y es precisamente eso lo que parece estar en discusión en este fin de semana.

Con Silvina Batakis rumbo a Washington para ver a la titular del FMI y a funcionarios del área económica del gobierno de Joe Biden, circuló el rumor fuerte, no desmentido, de un almuerzo entre los Fernández ayer en Olivos. Sería una instancia relevante de interconsulta, después de 24 horas de trabajo casi ininterrumpidas del Presidente, la ministra y Pesce para definir un paquete de medidas que vaya más profundo que los anuncios del tipo del “dólar turista”, que resultaron obviamente insuficientes. A la vez, ese contacto reavivó la posibilidad de que haya más cambios en el Gabinete, algo que la albertista Victoria Tolosa Paz consideró posible.

Pero las señales previas hablan de la dificultad de encontrar una síntesis que contenga a todos. Algunas postales lo ilustran: 1) La confesión del Presidente, quien con tono dramático le dijo a un grupo de intendentes después de un acto en Pila que no va a liderar el espacio porque eso implicaría romper con CFK. Al mismo tiempo, dejó en claro que esperaba más respaldo de ella. 2) Las explosivas advertencias de Juan Grabois sobre saqueos si no se compensa el ajuste con medidas sociales, que parecen expresar no sólo a él mismo sino también a buena parte del cristinismo.

En ese contexto, el capítulo más espinoso tal vez sea el referido al modo en que se recompondrán las reservas del BCRA, requisito clave para frenar las presiones devaluatorias. La versión de algún tipo de medida que induzca la liquidación de granos por parte del sector agropecuario agitó la tarde del viernes: mientras voceros de Batakis lo negaron,  otras fuentes del gobierno no lo descartaron. Es un ejemplo de las disyuntivas dramáticas que enfrenta Fernández: suponiendo que esa “solución” sirviese para frenar la corrida, a la vez casi equivaldría a devaluar ¿Cómo superar entonces el filtro de una Cristina que el mismo Fernández dijo que no está dispuesto a enfrentar? El jueves a la noche se habló de acotar el mecanismo temporalmente y usar, luego, la ley de abastecimiento con quienes se nieguen a vender  ¿El discurso presidencial del viernes, en el que apuntó al agro, fue un modo de preparar el terreno? Otra vez, nada es seguro por ahora.

Una posibilidad cierta es que esas desavenencias sean parte de la incomodidad que produce en el oficialismo el recurso a una devaluación general como modo de cerrar la brecha entre en dólar oficial y los financieros (no solo el “blue”) que está en el insostenible nivel de casi el 150%. Esa medida, se sabe, nunca tiene “padre”. Hay que recordar que durante el gobierno de Mauricio Macri se operaron no una sino tres devaluaciones y que respecto de la última, el ahora expresidente dio la insólita excusa de que en los hechos él ya no gobernaba, mientras Miguel Pichetto repetía que estaba “en control”. En su espacio, ahora brotan voces como la de la diputada Sabrina Ajmechet, que se ilusionan con una salida anticipada del peronismo del poder que sirva de “escarmiento social” y allane el camino de reformas y ajustes “estructurales”.

Sea cual fuere el rumbo por el que opte el FdT para intentar salir de la crisis –ortodoxia pro mercado, heterodoxia para enfrentar la presión contra el peso de sectores exportadores y formadores de precios o una combinación de ambos- es cierto que en el fondo hay diagnóstico divergentes sobre el origen del problema. En el kirchnerismo se leyó mucho una nota del economista Ricardo Aronskind que habla de la “debilidad construida”: las decisiones que en estos 37 meses de gobierno evitaron un enfrentamiento con el establishment bajo la idea de “calmar la economía”. Un punto son los 30.600 millones de superávit comercial conseguidos producto de la pandemia y el alza de precios por la guerra, que no se aprovecharon para generar medidas redistributivas. Un informe de PXQ, la consultora de Emanuel Álvarez Agis, da otra pista: involucra al BCRA en la corrida, al sostener una tasa de interés que va por detrás de las tasas de inflación y devaluación, lo que otorga pesos baratos que después fugan al dólar. Cuentan que CFK tiene una mirada parecida. Tal vez, eso dé indicios del futuro inmediato. (DIB)

Por Andrés Lavaselli

 

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