Zonal

Tandil: cuando caminar por las sierras es volver a sentirse vivo

El relato íntimo del Cruce Tandilia. O cómo abrir la temporada de carreras de montaña o de sierras… caminando.

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“Todo pasa y todo queda,

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar”.

(Antonio Machado)

La lectura de los labios es un arte que los sutiles observadores practican casi sin darse cuenta. Se entrena en las veredas y en los colectivos, mientras la música hace su tarea para distraer al resto de los sentidos, porque claro está que una canción no sólo se escucha sino que eriza la piel y permite recordar olores y sabores de aquella ocasión en que acompañó algún encuentro casual o buscado.

Hoy, aquí y ahora, es domingo 7 de enero de 2018 y al cruzar un puente sobre un arroyito llega la última curva hacia la recta final del Cruce Tandilia. Antes de mirar el arco de llegada, la vista se cruza con una mujer que, lectura de labios mediante, grita:“¡Vamos, flaco, falta poco! ¿No vas a llegar corriendo?”.

No.

Si se caminaron los 11,5 kilómetros del sábado y se caminaron los 10,8 del domingo, se terminará caminando. Porque lo que el año pasado fue una carrera al trotecito en pareja, esta vez fue volver a vivir. Volver a sentirse pleno dentro de la naturaleza amigable de la Argentina. Volver a disfrutar la actividad física.

Lo que los 1.800 inscriptos hicieron corriendo, trotando o alternando caminatas con galopes, esta mente lo convirtió en un trekking reparador del alma y de ese corazón golpeados por no poder correr. Porque el cuerpo está en boxes y hay que cuidarlo para seguir incentivando esta pasión por sentir el viento en el rostro.

El Cruce Tandilia, que ya lleva ocho ediciones, es una carrera iniciática. Sin dudas. Son muchos quienes decidieron hace tiempo ponerla en su calendario anual como cita obligada como parte de una pretemporada hacia desafíos duros y otros tantos la tomaron como primera prueba de trail de sus vidas.

Sin el desnivel de las montañas cordilleranas, las sierras del Precámbrico deleitan en Tandil y ofrecen los primeros indicios de lo que es una trepada, una bajada sobre piedras, las patas en el agua, las rocas resbaladizas, las vistas desde las cumbres y esos códigos compartidos por quienes corren lejos del asfalto.

Es raro caminar cuando todos esperan que corras. No hay drama. También es raro ver gente correr tan rápido en una subida o sobre los 314 escalones que llevaron al Castillo Morisco a los 350 participantes del Vertical Bloom

, el aperitivo del Cruce Tandilia, que se hizo el viernes 5.

La idea llegó para quedarse y la adrenalina es tal que hay quienes largan con 170 pulsaciones por minuto. Una locura. Eso sí, arriba, para contrastar con la tos que sintetiza el esfuerzo y el ácido láctico en las piernas, llega el premio de un alfajor de chocolate y una hermosa vista de Tandil. “Esta porquería no la hago nunca más”, dice un flaquito que culmina maltrecho. El año que viene estará ahí de nuevo. Es una fija.

Subir caminando los 314 escalones disimula más que no se corre. Dan ganas de animarse cuando desconocidos leen el nombre en el dorsal y alientan sin haberte visto nunca. Pero hay que mantener la disciplina. Ni la chica del redoblante cerca de la llegada hará cambiar el dial. Y adentro el alfajor de chocolate… Obvio.

Llega la tarde del sábado y la pista de atletismo del Polideportivo Municipal desborda de endorfinas. Cada participante ya colaboró con cajas de leche larga vida para un Banco de Alimentos que cubre durante el año necesidades de 20.000 pibes y con botellas de alcohol que garantizan la provisión anual en el Hospital de Niños. Ellos son parte de los responsables de que Tandil tenga entre un 80 y un 90 por ciento de ocupación durante ese fin de semana.

Ahora es momento de largar… Y de saber lo que es caminar mientras los demás trotan.

Quedan atrás los acordes de Angus Young y esa voz rasposa de Brian Johnson y comienza la marcha. Bien cerquita del cordón, todos pasan por la izquierda y relojean al caminante. Cuando se dobla por la ruta, ya quedan pocos detrás y las ambulancias están bien cerca de los últimos.

Con un pañuelo negro en la cabeza y una musculosa roja, el integrante de la organización Kumbre que cierra la prueba mira al rapado y lo interroga con los ojos. No hace falta hablar. Llega la respuesta: “Hoy se camina. Trekking hasta el final”. Y el hombre se va.

Todo se ve diferente desde el fondo de esa fila de hormigas con mochilas con hidratación en sus espaldas, que se pierden en los campos, lejos ya del asfalto. Es tiempo de pisar bosta, de subir por terrenos por donde sólo se puede ir a pie. Y es tiempo de pasar gente poco acostumbrada a las trepadas. Será una constante durante los dos días esto de adelantar intrépidos en las subidas, gracias a esas piernas que tienen memoria, y dejarlos ir en las bajadas.

Trece mil botellitas de agua esperan durante dos días a los corredores. Los que lo hacen fuerte, en competencia, quizás se la tiren encima de la cabeza para refrescarse y no perder tiempo. Para el resto, son una bendición, si bien el sol no pega tanto como en otros años. Los puestos de Gatorade llegan en el momento justo. Y ni hablar del salame y el queso en tablas. Corras o camines, un salame y un queso no se le niega a nadie.

Disfrutar un trekking distinto en pleno Cruce Tandilia es compartir el camino con quienes de otra manera no se podría: los rezagados, un debutante en 10 kilómetros con una zapán poco acorde a la exigencia, un veterano que se recupera de un esguince y una señora que de golpe se frena porque hay un arroyito.

“¡Ay, me trabé!”, dice como excusa. Señora, esto es una sierra y en las sierras se meten las patas en el agua. Y listo. ¿Quién sabe lo que habrá gritado cuando el recorrido derivó en cruzar la ruta por debajo, dentro de un cilindro de cemento y con barro hasta cerca de las rodillas? Total, después había un charquito para limpiar las zapas.

“Por un camino, un camino de estrellas,

por un camino, un camino de estrellas,

se despiertan los grillos y cantan con vos”.

Verónica Condomí lleva su arte a los oídos cuando desde el sendero ya se ve el Polideportivo. Aparece la gente que busca gente entre los corredores. Se ven gestos ampulosos y se abren los labios de varios al costado. Quieren que corra. Je. Hoy se camina y mañana también. “No tires la toalla”, se lee en la delicada toallita que es un mimo de parte de la organización. No hay chances.

Pasó la noche. Son las 8 del domingo y nadie afloja. Al cabo, el Cruce Tandilia es tan federal que si se llegó desde varias provincias no es cuestión de volverse sin la medalla después del segundo día de competencia. Otra vez AC/DC, otra vez pasan al caminante, otra vez cerca las ambulancias, otra vez la alegría de pisar bosta y de oler pasto.

El recorrido es más técnico, con un mayor desnivel y atrás se nota en los embudos que se generan por el temor de algunos a quienes les cuesta trepar rocas. Son los gajes del oficio para los nuevitosy se generan diálogos que adelante no se escucharán jamás.

Nosotros entrenamos siempre por acá, dice una señora, relajada.

¡Y yo en Buenos Aires sin una puta subida y una puta bajada!, brama con sorna una colega de aventuras.

El alivio para los que temen todo lo que no sea llano llega al cruzar el puente sobre el dique del Lago del Fuerte. Pero enseguida hay que subir. Y subir. Y subir hasta la cruz.

Piedras y yuyos quedan atrás y el caminante adelanta a 50 personas al menos. Las fotos con la vista de Tandil son imperdibles en esta mañana deliciosa. Y en la bajada espera el amigazo de la manguera azul, que lanza agua desde un camión cisterna.

En los senderos esta vez acompaña el bueno de Juan Luis Guerra y hay tiempo para que los que no conocen tanto sobre esto de correr en la naturaleza entiendan los códigos. Si hay alguien lastimado o caído, se pregunta si está bien. Si hay basura tirada por algún irrespetuoso, se levanta. Si alguien grita “¡Izquierdaaa!” desde atrás es que hay que correrse y dejarlo pasar por la izquierda. Para eso avisó.

-¿Y ése quién era?

-No sé, pero venía rapidito, así que menos mal que te corriste.

De pronto el circuito pasa por Cabaña Las Dinas y sus chacinados hacen agua la boca. Y la sorpresa llega cuando los participantes y el caminante atraviesan complejos que autorizaron estar ahí. Derechito se enfila hacia una pileta divina… pero hay que doblar hacia la izquierda. En un parque, una familia ve pasar a todos con mate en mano y aplaude a uno de los ocho no videntes que compiten acompañados por sus guías. Hermoso todo.

Quienes corrieron 10 kilómetros el domingo o 21, 42 o 60 entre los dos días se fueron con raspones por caídas o roces con la vegetación, algún kilo de menos por la deshidratación o de más por la picada tandilense reparadora y la sensación de querer volver al Cruce Tandilia, que combina deporte con turismo en familia.

Comparten las mismas sonrisas Daniel Simbrón, Julieta Fraguío, Diego Simon, Fernanda Martínez, Santiago Molina, Carolina Miranda, Kevin Kolln, Chiara Mainetti –ganadores de sus categorías- y los equipos, matrimonios y padres e hijos que le dieron tan duro a las sierras como los del pelotón del fondo. Y como el caminante, a quien espera su compañera de trote del año pasado y de la vida.

“¡Vamos, flaco, falta poco! ¿No vas a llegar corriendo?”.

No.

Porque después de un par de meses de ecografías, resonancias, kinesiología, quiropraxia, falopa antiinflamatoria y consultas médicas variopintas, un fin de semana se pudo comprobar que caminar por las sierras de Tandil fue como volver a sentirse vivo.

Y feliz.

“Cuando el jilguero no puede cantar,

cuando el poeta es un peregrino,

cuando de nada nos sirve rezar…

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar”.

(Antonio Machado)

Clarín

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