Arte y Cultura, Música

Que sepas que el final no empieza hoy

Energía. A Sabina se lo vio feliz en su regreso a Mar del Plata, que lo recibió con lluvia y una multitud. (Foto: Diego Izquierdo, Diario El Atlántico)
Energía. A Sabina se lo vio feliz en su regreso a Mar del Plata, que lo recibió con lluvia y una multitud. (Foto: Diego Izquierdo, Diario El Atlántico)

Por Mex Faliero

En la lluviosa noche del 29 de enero en Mar del Plata, Llueve sobre mojado pareció una cruel ironía. ¡Pero caramba!… y Agua pasada, y que “la tormenta duró hasta entrados los años ochenta”, y que la “humedad es algo que se seca y se olvida” y cientos de metáforas relacionadas con el agua que atraviesan varias canciones. Esa agua que sí, que pasó, pero que mientras duró sirvió de alguna manera para limpiarnos de tanta escoria veraniega: ver, escuchar, disfrutar a Joaquín Sabina es un placer que no se apaga con los años. Como sí ocurre con el ardor, claro.

Más de 15 mil personas disfrutaron el concierto que el español brindó en el estadio mundialista y en el marco de la gira de Vinagre y rosas, su último disco. La lluvia retrasó un poco las cosas: en vez de las 21:30, el show comenzó a las 22 clavadas. Muchos cavilaron entre el “se suspende” y el “nos vamos”. Pero claro, cuando comenzó a sonar Tiramisú de limón ya nadie se quiso mover, por más que las gotas fueran una tortura china. Y fueron 137 minutos de gran show.

Hablar de la calidad de un concierto de Sabina es algo redundante. Siempre supo balancear su personaje de malvivir urbano con el profesional que sobre el escenario ofrece todo lo que puede, y más. Tiene al público a sus pies. Y su obra y su banda es tan sólida que hasta incluso el público se banca sus buenos minutos de ausencia sobre el escenario para que Pancho Varona reformule Donde habita el olvido en clave rock, Marita Barros (a quien no le queda grande ser el reemplazo de Olga Román) convoque a un silencio respetuoso cuando interpreta Como un dolor de muelas, y el cada vez más increíble Antonio García de Diego emocione hasta las tripas con Amor se llama el juego.

Hay algo particular en esta vuelta de Sabina al país. Su anterior gira tenía el sabor del reencuentro luego del borde de la muerte. Vinagre y rosas, amén de ser un disco de canciones de desamor, tiene una frescura y una fuerte intención de no ser un final, sino de convertirse en un renacimiento. “Que sepas que el final no empieza hoy”, como dice en Tiramisú de limón, es una forma de exorcizar ese límite de la vida y decir que todavía queda tiempo para joder, sobre todo. Y está claro sobre el escenario que esta vez no hay melancolía terminal, si no celebración. De hecho, no suena ningún tema de Alivio de luto y sí Vinagre y rosas es repasado en el citado corte, Viudita de cliquot (el mejor tema del cd), Agua pasada, Cristales de bohemia y Embustera.

Y están los hits, los imposibles de no estar. Pero la obra de Sabina es tan inmensa que se hace difícil armar un show sin decepcionar a alguien: aquí no faltaron Y sin embargo, Una canción para la magdalena, Peor para el sol, 19 días y 500 noches, Y nos dieron las diez, Calle melancolía, Princesa. Esos que son coreados y bailados y, teniendo en cuenta la necesidad de estadio, un cierre a puro rock and roll con La del pirata cojo y Pastillas para no soñar. Sabina y su banda amenazaron un par de veces con irse, pero siempre reservaron alguna carta en la manga para los bises.

Con una vitalidad envidiable, Sabina se tragó el mundialista, lo masticó, lo dejó hecho un bollito y se lo llevó en el bolsillo. Sabina es hábil, dueño de una lengua filosa, de una mente brillante para la frase inteligente, ofrenda al público sus dones: esos sonetos que ensaya, que practica, que llevan el sello de cada lugar que visita son una forma del artista de devolverle algo a su público. Es simpático sin demagogias, es popular sin barreteadas y es intelectual sin snobismos. Pero más allá de esos virtuosismos, su arte se define en esos raros momentos en los cuales uno, entre 15 mil personas, bajo una lluvia torrencial, en medio de un estadio inmenso, suspende la vista en un hombre minúsculo, con una guitarra y nada más que una luz seguidora que lo define, cantando eso de los Peces de ciudad. Esos instantes que sólo logran los grandes artistas. La carne de gallina en el corazón…

La única incoherencia de Sabina es cuando dice que al lugar donde has sido feliz “no debieras tratar de volver”. Pero cómo no volver cada vez si “me moría de ganas, querido, de verte otra vez”.

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