El desahogo del final del partido, demuestra claramente que lo único que importaba era ganar. Que el resto se corregirá a partir del jueves cuando Duilio Botella asuma oficialmente como nuevo entrenador de Alvarado, pero que lo que el equipo quería era festejar el primer triunfo en casa. Por eso, el objetivo está cumplido. El 1 a 0 sobre Independiente de Neuquén, con gol de Francisco Molina, le saca una mochila pesada al plantel y le da otro aire para empezar a trabajar pensando en lo que viene.
El primer tiempo preocupó. Fue una continuidad de lo que se venía haciendo, más allá de que el sistema era otro y que en el campo de juego había un enganche para que le llevara juego a los delanteros. Sin embargo, en esa mitad la pelota pasó poco por Facundo Machado, que prefirió rebotar para sus compañeros ante la presión que ejercían los volantes visitantes. En la única que se animó a girar y desnivelar, ganó una falta cerca del área que Molina reventó en el cuerpo de la barrera.
El tema era que el equipo no se terminaba de decidir a qué jugaba. Si a lo que había hecho en los últimos partidos, abusando de los pelotazos frontales y con las bandas como única vía de ataque, o a entretener la pelota para encontrar el momento justo para buscar en profundidad. Entonces, fue confuso. Por momentos la pelota salteó la cabeza de los mediocampistas y por otro se perdió en un toqueteo intrascendente hacia atrás.
Del otro lado, el rival, como todos los que vinieron al Minella, ofrecía poco y nada. Dos líneas de cuatro bien paradas, cediendo pelota y terreno y esperando un error para golpear y llevarse un premio que no vino a buscar. Y las dos ocasiones más claras de la etapa fueron de los sureños: la primera al minuto, cuando Vergara alargó para Villa que, de primera, hizo explotar el travesaño de Joaquín Pucheta. La otra, promediando la etapa, tras un error de Jorge en la salida, Porra la robó y probó con un derechazo bajo que le sacó pintura a la base del palo.
Algo tenía que cambiar en el complemento y eso fue la entrega y las ganas con las que el equipo salió a encarar esos 45’, sabiendo que lo único que servía era ganar. Tomó el protagonismo desde el primer minuto y ahora sí le empezó a dar la pelota al “10”, que la manejó con criterio, abasteciendo a los volantes externos o buscando la individual. Las situaciones para Leonardo Roda empezaron a llegar como se pedían, no con pelotazos frontales, sino con trepadas por los costados. Pero el “9” no estaba en su día y siempre llegó un segundo tarde a los buenos centros que cayeron en el área de Ferreyra y los defensores pudieron desactivar.
Una pelota que peleó Tello y le quedó al goleador, fue lo último que hizo en la noche. Porque se apuró, no vio que del otro lado venía libre Molina e intento “pincharla” por arriba del arquero y desperdició una clara ocasión. Entonces, Gatti y Ayala apostaron a lo conocido, mandaron a Fernando Juárez que debutaba en la temporada y lo mandaron a jugar y luchar. Y el “Negro” lo hizo, ganó laterales cerca del área, no dio ninguna pelota por perdida y tuvo la más clara del equipo hasta ahí. Buena jugada colectiva que empezó Machado por adentro, siguió Molina por la izquierda, metió la pausa y tocó atrás para Castro que sacó un centro bárbaro y el “17” exigió una notable reacción de Ferreyra.
La gente notó el cambio de actitud y fue el jugador número “12” empujando desde la tribuna. Y el cuerpo técnico jugó su carta desde el banco y le dio resultado. A los 27’, Ramiro Rodríguez Rendón ingresó por Machado y, un minuto después, fue el abanderado de la presión bien arriba, la recuperó, se la dio a Francisco Molina y el miramarense se la acomodó para la zurda, aguantó la marca con el cuerpo y sacó el latigazo bajo, inatajable, contra la base del palo derecho.
Quedaban poco más de 15’ y la sensación de que esa victoria no la podía robar nadie. Se trabajó mucho para eso y otra vez un golpe en casa no se podía soportar. Entonces el medio trabajó, la defensa se afirmó y los de arriba molestaron. Independiente sacó a relucir todas sus limitaciones para salir a buscar el partido y el tiempo se fue diluyendo, con el ambiente envuelto en una bruma de humedad y de ansiedad por el pitazo final.
Cuando Eliseo Acosta levantó los brazos al cielo y marcó el medio de la cancha, se desató el desahogo de todos. Jugadores con lágrimas en los ojos, porque eran los principales perjudicados y responsables de que las cosas no salieran. Dirigentes que apretaban el puño, porque todo lo bueno que se está haciendo tiene mucha más importancia cuando el resultado positivo ayuda. El cuerpo técnico de Gustavo Gatti y Archi Ayala que agarraron el fierro caliente, prepararon el partido como una final y se llevaron el triunfo. Y los hinchas, esos que aguantaron el frío en el Minella pero que siempre están, y tuvieron que esperar poco más de un año para volver a festejar una victoria en la cancha. Una victoria que, antes que nada, era muy necesaria.