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El sudeste bonaerense entre Fierro y Tata Dios

20161117_dipaola_nEn el marco de las Quintas Jornadas Académicas sobre el Universo Martín Fierro, en la ciudad de Ayacucho, el periodista y escritor tandilense Néstor Dipaola ofreció en el Día de la tradición una conferencia que denominó “El sudeste bonaerense entre Fierro y Tata Dios”.

Fue en la biblioteca Manuel Vilardaga. Es la primera vez en cinco años que en dicho marco, se traza un paralelo entre los “crímenes del Tandil”, del año 1872, y la situación del gaucho que tan bien describe José Hernández en su inmortal poema.

Sostuvo el historiador: “no es casual que en el mismo año ocurriesen los trágicos episodios”.

Añadió que “el Tandil del setenta y dos era un pueblo de cinco mil habitantes, casi demasiado tranquilo. Todavía no había llegado el tren, pero aun así llegaban turistas, influenciados por la magia de la Piedra Movediza. Por eso, había un hotel de lujo y algunas fondas. Nunca pasaba nada, salvo los típicos casos de cuatrerismo. Y peleas por el honor, en algún bar esquinero. Había apenas una decena de agentes policiales con muy precaria formación y magros salarios. Pero posiblemente más no se necesitaba”.

“Por eso, absolutamente nadie pudo prever una noche de furia alucinante, de muerte y horror, como la ocurrida entre el anochecer del 31 de diciembre de 1871 y el amanecer del año nuevo del setenta y dos. En tal ocasión, bandas  de  fascinerosos asesinaron a treinta y seis personas, la gran mayoría extranjeros, al grito de ¡Viva la religión! ¡Mueran gringos y masones!, tras tomar por asalto la Municipalidad y robar allí sables y otras armas. Demás está decir que en aquel primitivo edificio comunal había una ínfima guardia. Y un preso en el calabozo, a quien soltaron”.

“El gaucho alzado Jacinto Pérez logró juntar a cincuenta ‘combatientes’. Había de todo. Antiguos soldados, trabajadores rurales, algunos malevos y otros con buen concepto. Poco a poco se fueron convenciendo que había que ‘limpiar la patria del extranjero que se apropiaba de todo’. Desde aquel momento, se acusó a Gerónimo Solané, o Tata Dios, de ser el ideólogo de la masacre. Pero a casi un siglo y medio, quedan muchas dudas. Sobre todo  a partir de la muerte a balazos que se le infligió en el calabozo del viejo edificio comunal. Ello ocurrió en la noche del 5 al 6 de enero. El misterio se profundizaba. ¿Por qué lo mataron? ¿A quién o quiénes podría llegar a señalar en el momento de prestar declaración? ¿Cómo se entiende eso de matarlo en la cárcel? ¿Cómo es que no dieron con el asesino?”

Un alegato que de alguna manera es la gran síntesis

Se llamaba Martín Aguirre, era abogado y provenía de la Banda Oriental. Le tocó ser el defensor de los alzados en esa noche trágica del Tandil. Consciente de la situación del momento, elaboró un documento que sintetiza increíblemente ambos temas. Y transcribimos el siguiente párrafo de su alegato (1872):

 “Antes y ahora, siempre indigentes, siempre vejados, siempre sometidos a la voluntad absoluta del Juez de Paz o del Comandante, no les es posible tener hogar. Nadie lo protege, se le persigue para enviarlo a la guerra o a la frontera.(…)

“Mientras ellos sin paga, sin alimentación, defienden la propiedad ajena, nadie cuidará de su familia abandonada y sometida al duro dilema de perecer en la miseria”.

“Y ese estado social reposa en la injusticia inicua de tener la provincia dividida en dos clases, una privilegiada, compuesta de los habitantes de la ciudad, de los grandes propietarios rurales y de los extranjeros; la otra, vejada y oprimida, compuesta de los trabajadores de la campaña”.

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