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Comedores del puerto de Mar del Plata se duplicaron con la pandemia

Aumentó la asistencia a comedores que funcionan en el barrio epicentro de la industria del reproceso de pescado fresco. Eran tres y ahora son seis. “Angie” funciona en Cerrito y Ortiz de Zárate. De sesenta bocas pasaron a sesenta familias todas las semanas.

Fotos Diego Izquierdo
Es viernes a la mañana y el Centro de Jubilados del Puerto, sobre Padre Dutto antes de cruzar 12 de Octubre es el epicentro de la llegada de mercadería que entrega la Municipalidad para todos los comedores que coordina el Comité Barrial de Emergencia (CBE) en la zona sur de Mar del Plata.

Al cruzar las rejas negras y caminar hasta el salón de usos múltiples ya se observan distintos alimentos estibados con cierta prolijidad. Cajones con pollo congelado, bolsas de papa y zapallo, bolsones con productos secos como arroz, polenta y fideos.

El centro de jubilados oficia como punto neurálgico de toda la asistencia. El centro logístico desde donde se distribuye a los casi cien comedores que funcionan en la amplia barriada del sur. Desde los comedores del puerto, en la zona de la Gruta de Lourdes y la villa de Vértiz, hasta Parque Independencia y Jardín de Peralta Ramos; Santa Rosa del Mar, Nuevo Golf y Quebradas de Peralta Ramos; Cerrito, San Martín, Juramento y más allá en Florencio Sánchez.

Adentro del SUM los jóvenes del Movimiento Evita del barrio San Martín desayunan entre facturas y risas. Ofician de estibadores voluntarios para descargar la mercadería que va llegando en camiones. Sobre una de las paredes se observa ropa acumulada sobre tablones. Abajo, más bolsas de papas, zapallo y zanahorias.

Celeste Tiseira dice que no es la coordinadora pero lleva la voz cantante entre los militantes que trabajan en el CBE.  “Acá en el puerto son 6 comedores y se está por integrar otro más, cuando comenzamos solo eran tres y asistía mucho menos gente”, resume la dirigente social, quien recuerda que fue todo un trabajo convencer a los vecinos del barrio que ahí no repartían alimentos.

“Hubo algunos problemas con un par de vecinas que al ver tanta mercadería en la parte de adelante, creían que nos quedábamos con las cosas. Un día entregamos un bolsón y al otro día había veinte personas haciendo fila. Hay mucha necesidad, pero comprendieron que es un centro de distribución. Acá se fracciona y reparte a cada barrio de la zona sur. De ahí se baja a cada comedor”, puntualiza.

“Angie” funciona en Cerrito 745. Los sábados Miriam Mattio y su suegra cocinan en la parte de adelante de una casa con muchos metros de fondo desde hace ocho años. La suegra de Miriam se mudó hace cuatro del puerto pero viene todas las semanas a ayudarla para poder darle continuidad al trabajo solidario.

“Vienen muchos trabajadores de la pesca. Sobre todo mujeres que trabajan en negro, una o dos veces por semana, y muchas que perdieron el trabajo”, cuenta Miriam. Su marido trabaja en blanco pintando barcos y conoce la realidad de la industria.

“Luz de Cielo” está en Bermejo 550, donde los martes y viernes al mediodía se cocina más de cien viandas. “Los compañeritos” funciona en Irala 3597, los miércoles y jueves. También hay ollas comunitarias en Vértiz y Marcelo T de Alvear y otra en Ayolas y Magallanes.

“Hay otro que esta por abrir que no recuerdo ahora dónde va a funcionar. Pero la demanda va creciendo y hay que administrar la escasez”, confiesa Tiseira al tiempo que aclara que se va modificando la logística. “Antes se entregaba y recibía el tupper con el nombre de cada familia; ahora entregamos directamente la bandeja caliente y la fría en caso del postre”.

Miriam grafica el crecimiento de demanda que tuvo en su comedor desde que comenzó la pandemia y las medidas de aislamiento hasta ahora, casi ciento cincuenta días después. “Cocinábamos para sesenta bocas y ahora lo hacemos para sesenta familias. Se debe haber multiplicado por cinco”, revela.

Después de tantos años de tener un contacto estrecho con el devenir de la realidad en la industria del pescado, Miriam asegura que la mayor demanda en su comedor ocurre en estos meses de invierno.

“En verano hay más trabajo, se nota que hacen más changas y no necesitan recibir esta asistencia. En invierno no sé qué pasa pero aumenta muchísimo la necesidad de comida. Mi marido me dice que muchos barcos se van al sur a pescar no sé qué cosa y en el puerto falta pescado. No sé si es cierto pero lo notamos”, dice Miriam, que sonríe satisfecha cuando le confirmo que eso que dice su esposo es cierto. “Sí, langostino, eso dice mi marido, langostino”, repite.

La asistencia que brinda el Comité Barrial de Emergencia en los comedores del puerto y toda la zona sur no es la única que reciben los vecinos y trabajadores de la pesca. Hay que recordar que el SOIP distribuye unas quinientas bolsas con productos no perecederos por mes entre los obreros de la pesca. Muchos no están registrados bajo convenio pero también hay una porción de efectivos que la recibe.

El CBE articula también ayuda a través de los establecimientos educativos del barrio puerto. “Escuelas municipales y provinciales canalizan ayuda de manera propia. En las de Provincia llega comida cada quince días y se reparten según su matrícula. No alcanza solo con lo que hacemos nosotros porque las necesidades son muchas y van en aumento”, describe Tiseira.

La vocera muestra algunas de las comidas elaboradas en las ollas populares que alimentan la vianda de cientos de familias en el puerto. Filet de merluza con puré, pollo al disco con papas fritas, guiso de arroz con pollo. “Se cocina con amor, lo ves en los mensajes que mandan al grupo; están orgullosas de la tarea que realizan, no es cocinar cualquier cosa o guiso todos los días. Las carencias son muchas pero aumentó la solidaridad de la gente”, afirma Celeste.

Cuentan que el pescado llega desde la Municipalidad, donado por empresas pesqueras. También hay sindicatos que bajan pescado congelado o productos frescos y hasta el Consorcio Portuario entregó productos de limpieza y de higiene para los comedores del puerto.

“Cuando el trabajo mejora en las plantas de pescado lo notamos enseguida porque la gente ya te avisa que no va a  buscar la vianda, para no cocinar de más”, dice Miriam. Muchos obreros del pescado no registrados cobran el IFE. “También avisan y se nota que bajan los pedidos de viandas. Les dura una semana, como muchísimo, diez días. Ya después vuelven a avisar que pasarán a buscar la bandeja”, completa la cocinera de “Angie”.

Celeste está conforme por cómo el movimiento social se ha organizado y articulado con organizaciones y estamentos públicos para optimizar toda la ayuda que llega desde distintos sectores. Pero sostiene que no es suficiente, que hay cosas por mejorar, por ejemplo, el trabajo del ENVION.

Este Programa provincial tiene como objetivo general promover la integración social plena de los adolescentes y jóvenes, de entre 12 y 21 años, que se encuentran en situación de vulnerabilidad y padecen necesidades básicas insatisfechas.

“Estamos pidiendo que baje a territorio porque cuentan con psicólogos que conocen lo que pasa en algunos asentamientos del barrio. Hay mucho paco en el barrio y es común ver a pibes en muy malas condiciones”, lamenta la Coordinadora. “Ellos vienen trabajando hace varios años, tienen otro contacto con las familias y disponen de otras herramientas para abordar la problemática”, agrega.

Llega otro camión con verdura fresca. “Ojalá vinieran todos los viernes”, nos dice otra colaboradora mientras anota las provisiones recién llegadas. Ojalá todo esto pase pronto pero mientras pase, nadie se quede sin un plato caliente en su mesa. Un consuelo insuficiente para una industria pesquera local que exporta por casi 700 millones de dólares al año y tiene parte de los eslabones de su cadena productiva, sostenidos con bolsones de alimentos y bandejas de comida para sobrevivir.

Por Roberto Garrone – Revista Puerto

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