Opinión

Pasó lo que la razón señalaba que podía pasar (Y perdió Argentina)

No sólo en Argentina, sino que también en el resto del mundo, el mundial de fútbol se ha transformado en un impasse de un mes cada cuatro años, donde pareciera que por un lado se congelan los problemas y también por otro lado como en toda conmoción social aparecen los aprovechadores y especuladores de los estados pasionales. No es casual que Angela Merkel haya presenciado el partido Argentina- Alemania.

Lo más llamativo es que  alrededor de este fenómeno se genera un estado de nacionalismo, que como todo “ismo”, deja en un rincón a la razón y le abre todas las puertas a la pasión.

Cuesta entender  la experiencia que vivimos en nuestro país donde las ciudades están más embanderadas  para un mundial de fútbol que para una fecha patria o las banderitas flameantes en los automóviles sean más numerosas que en efemérides históricas.

Es en un mundial donde renacen  muy fuertemente las palabras “nosotros”, “ganamos”, “hicimos” y otras muchas que son socializadas como aparente producto de fusión integral de un pueblo y triunfalismo, donde terminado el mismo se vuelve al  “mío”, “gané”, “hice” y muchas otras antagónicas del compartir y que desgraciadamente son las que nos devuelven a las mezquindades del quehacer diario.

Que fenómeno mágico este del fútbol que pareciera no tener muchas fronteras. Que no deja de ser un deporte apasionante  que cada día se ha ido adaptando más a las reglas del capitalismo. Que ya hay clubes que tienen dueños y que la esclavitud embozada se demuestra en la propiedad privada de los contratos de los jugadores por parte de ajenos a su persona.

Vaya fenómeno emocional el que produce este deporte inventado por los ingleses y que supo tener a partir de su nacimiento una etapa de amateurismo digna de todo elogio. Que fue pasando a un estado de profesionalización que quizás nada haya tenido de malo porque fue una fuente de trabajo, que se conquistaba a través de la habilidad de las piernas fuertemente asociadas a la rapidez de la elaboración intelectual del que hacer ya.

Así fue pasando el tiempo, y el dinero comenzó a prevalecer en el juego, la dirigencia “ad honorem” indirecta o directamente se transformó en rentada, los jugadores pasaron a tener dueño y la oferta y la demanda del mercado marcó el ritmo del deporte y de sus actores.

En su inicio argentino, en contraposición a su lugar de nacimiento, el futbol era juego de potrero, juego de pobres, juego de vereda combatido por la policía que prohibía jugar en la calle.

Cuando comenzó a cambiar el perfil del negocio, nacieron las escuelitas de fútbol donde sólo podían concurrir sin pagar los pobres,  que reunían condiciones más que descollantes y eran vistos como capital a corto plazo. Tal el caso de Messi que el Barcelona se lo llevó a los 12 años, lo curó de su enfermedad y apostó a futuro. El resto de los concurrentes a las escuelitas era y es clase media y algo más, que veía en este deporte la posibilidad de sus hijos poder llegar a la riqueza, como terminó ocurriendo en muchos casos

Hoy que aparezca un Tevez que vienen de la villa es casi un dato llamativo, no es casual que se lo llame el “muchacho de Fuerte Apache”.  Y que no  llame la atención la capacidad de expresión y de lenguaje que tienen la mayoría de los jóvenes profesionales del fútbol lo cual habla de una procedencia distinta es esperable. Es más, ya casi no existen canchitas en el barrio,  porque desgraciadamente muchos pibes pobres han adoptado hábitos totalmente reñidos con el deporte.

Que una Eber Lobato, o una Egle Martín anduviera a la búsqueda de casarse con un jugador de fútbol era bastante impensable, quizás la más avanzada fue Pata Villanueva  que se casó con Tarantini, aunque ya en esa época los jugadores comenzaban a tener un buen pasar porque ya existía la demanda del exterior y además convengamos que este jugador era bastante beneficiado por su belleza física.

Hoy los futbolistas se han transformado en una presa codiciada, al punto tal que no es producto de la casualidad que haya nacido la palabra “botineras”, casi todas provenientes del modelaje, donde se termina produciendo el canje de belleza física femenina por seguridad económica y de placer a futuro. La mujer de Caniggia fue quizás la creadora de este fenómeno que lo expuso con toda crudeza, extrema sinceridad y sin tapujos.

El fútbol de ayer siempre fue discusión de lunes, aunque hoy como “entretiene” lo tenemos casi de domingo a domingo y en diversos horarios.

Tan brutal ha sido el cambio producido en este deporte, que las viejas hinchadas que concurrían con la ilusión de poder universalizar una alegría expresada en el “ganamos” y no mucho más, hoy ha creado la versión capitalista de los “barrabravas” que viven del fútbol asociados a mucha dirigencia y muchos sectores políticos, que hacen de este viejo deporte una mezcla de uso y abuso de pasiones bien intencionadas.

Es cierto que estábamos  ilusionados con el triunfo de argentina que se frustró. Porque nos hicieron olvidar que en cancha de River hasta un minuto antes de terminar el anteúltimo partido de la clasificación, Argentina estaba eliminada para concurrir al mundial. Que después los resultados de los amistosos contra equipos no significativos no fueron contundentes y que hasta el enfrentamiento con Alemania se le había ganado a equipos pocos trascendentes.

Pero bueno, el fútbol es pasión y no razón, al punto tal que hablamos con toda naturalidad de la “mano de Dios”, o sea de un Dios violador de leyes e injusto.

Es así como nos sorprende y nos desconcierta esta derrota ante un rival como  Inglaterra, que desde la razón y habiendo visto jugar a todos los equipos era totalmente posible y hasta esperable.

Pero como la pasión destruye la razón por estar más cerca del instinto, esta derrota ha llevado a muchos al llanto, cosa totalmente entendible, porque es inmanente al hombre que cuando la pasión suele superar a la emoción y mucho más a la razón, se pierde toda posibilidad de análisis lógico.

No olvidemos cuanto obnubila la pasión, al extremo de que por ella también se llega a matar.

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