Carta de Lectores

El “garantismo” como condición necesaria de la inseguridad

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Así como el vocablo “progresismo” es utilizado a modo de desprendimiento del término “progreso” (a fin de asociarlo tramposamente con el “avance” o el “bienestar” en cualquier área que se trate), por oposición, quien contradiga alguno de los “cambios” divulgados por el catecismo progresista es de inmediato calificado y demonizado difamatoriamente como un “retrógrado”. Si bien queda claro que oponerse a novedades nocivas no implica ser tal cosa, la etiqueta ya queda colocada y luego es difícil erradicarla cuando detrás del estigma hay además una profusa campaña mediática dirigida a consolidar negativamente el mote de “reaccionario” para con todo aquel que se aferre al sentido común en vez de a supersticiones ideológicas de vanguardia o a modas corruptas o corruptoras.

Este tipo de trampas lingüísticas (asimilar el “progreso” con el “progresismo”) no es nuevo ni exclusivo, y de manera similar aparece en aquello que conocemos como “garantismo” (que es la corriente criminológica del progresismo), doctrina europea pretendidamente “de avanzada”, tendiente a beneficiar siempre y de cualquier modo a los delincuentes o malvivientes por todo concepto. Luego, así como nada tiene que ver el “progreso” con el “progresismo”, mutatis mutandis, nada tienen que ver las “garantías” jurídicas con el “garantismo” jurídico. La reivindicación de aquéllas hacen al funcionamiento del Debido Proceso pero la vigencia de ésta hace que el Debido Proceso no tenga ningún sentido, porque el criminal siempre será justificado y exculpado en su accionar cualquiera sea, en aras de determinadas excusas ideológicas y/o sociológicas.

Digno discípulo de su maestro

Si bien en el microclima de las ciencias jurídicas no son pocos quienes le adjudican al italiano Luigi Ferrajoli ser de alguna manera el principal referente de la ideología “garantista”[1], va de suyo que de todos los propagandistas y “pensadores” recientes que activan o activaron en este  campo denominado progresismo-garantismo (nigromancia que bien podría denominarse como “marxismo cultural”) ninguno de ellos ha contribuido tan eficazmente en promover esta tendencia como el conspicuo divulgador francés Michel Foucault, cuyo taquillero libro  “Vigilar y Castigar”[2] (publicado en 1975) hizo y sigue haciendo perniciosos estragos en el grueso de las facultades humanísticas de Europa e Iberoamérica, pero fundamentalmente en las de Derecho (y muy especialmente en la Argentina), a pesar de que su pintoresco autor no sólo no era abogado sino un psicólogo con aspiraciones de filósofo. Este curioso personaje nació en 1926, publicó varios libros, dio clases en distintas unidades académicas, vivió y predicó su “pensamiento” en varios países de una manera errática y, como consecuencia de su muy desordenada vida personal, murió de SIDA en 1984.

El propio Foucault en la citada obra Vigilar y Castigar sostiene que: “La existencia del crimen manifiesta felizmente algo irreprimible que es propio de la naturaleza humana; es necesario no ver en ello una debilidad o una enfermedad sino más bien una energía que se fortalece mientras se manifiesta una impresionante protesta de la individualidad humana, lo cual le presta su extraño poder de fascinación”, y en debate público que Foucault mantuvo con el lingüista Noam Chomsky, aquél le espetó que “Cuando el proletariado tome el poder, tal vez ejerza frente a las clases en las cuales acaba de triunfar un poder violento, dictatorial y hasta sangriento. No veo qué objeción se pueda hacer a eso”[3].

Se puede advertir sin demasiado esfuerzo que en estas breves manifestaciones expuestas, que aquí no estamos frente a alguien que sólo padece un severo dogmatismo ideológico, sino que el dicente además se aferra a dichas afirmaciones persiguiendo el probable fin de calmar o aliviar no pocos desórdenes de su alma y de su psiquis. No es para menos, puesto que según lo afirma el notable pensador de origen marxista Juan José Sebreli (buen conocedor de la obra de Foucault):

“La glamorización de la locura fue otro de los temas que contribuyó a la fama de Foucault. En su juventud, él mismo había estado al borde de la locura, con varios intentos de suicidio, adicción al alcohol y agresiones a compañeros de estudio. Su padre lo llevó a tratarse al hospital psiquiátrico Santa Anna, donde hubo de trabajar después como psicólogo practicante. Los problemas de identidad de Foucault eran tales que a los 30 años confesaba en carta a una amiga ´haber vacilado entre hacerme monje o tomar el desvío de los caminos de la noche´”, agregando que: ”Después de exaltar la locura, no le quedaba a Foucault nada más transgresor que la reivindicación del crimen. Ambos, delito y locura, le parecían las únicas formas posibles de rebelión contra una sociedad disciplinaria que lograba asimilar a todos los inconformismos”[4].

¿Y quién es el discípulo vernáculo de este idolatrado referente del garanto-abolicionsimo trasnacional? Pues no otro que el mediático regenteador de prostíbulos y Ministro de la Corte Suprema kirchnerista Eugenio Zaffaroni, quien no solo comparte con Foucualt su peligroso pensamiento de tinte marxistoide sino también su publicitada faloadicción, actividad personalísima que en principio no tendría nada de reprochable puesto que la misma forma parte de su sagrada esfera privada, aunque sin embargo, existe la duda razonable de que Zaffaroni hace de su heterodoxa y desprejuiciada visión de la sexualidad una suerte de autojustificación ideológica a la hora de sentenciar como Juez, tal como pareciera haberse puesto de manifiesto cuando el propio Magistrado kirchnerista resolvió en sentencia judicial suya, que si una niña de ocho años fue obligada por un mayor a practicarle sexo oral, esto no constituye delito alguno en tanto y en cuanto el horrible vejamen haya sido efectuado “con la luz apagada”, puesto que tal aberración sería asimilable a “chupar un caramelo” y por consiguiente, la menor no se vería mayormente afectada por el accionar del depravado. Conclusión: en insólito fallo, el delincuente sexual fue liberado de culpa y cargo por Zaffaroni[5] y sus notorios argumentos garantistas.

Estas y otras “innovaciones” son las que llevan adelante estos referentes del garantismo penal, cuya expresión radicalizada y extrema es el “abolicionismo”, pensamiento criminológico que nos invita directamente a abolir las cárceles, el Código Penal, la Policía y toda institución considerada “represiva”. O sea que sin eufemismos, Foucault, Zaffaroni y otros elementos del mismo club, nos invitan sin ambages a convivir con los criminales en un clima de caos y anarquía. En efecto, el abolicionismo supone que el delincuente, al obrar, no hace otra cosa que “devolverle” a la sociedad la injusticia que recibió de ella, de modo tal que hasta podría decirse que su víctima concreta, un miembro cualquiera de la sociedad, “representa” a sus victimarios. Cuando roba o mata a un transeúnte, entonces viene el delincuente a retribuir la injusticia que él mismo “padeció”. Vale decir, este esquema de razonamiento no es más que una suerte de refrito de la “lucha de clases” marxista, pero llevada a cabo en el plano criminológico.
Esta y no otra es la corriente de pensamiento impuesta con distintos niveles de intensidad y prepotencia sobre la población desde los diversos establecimientos informativos, propagandísticos y educativos de Argentina, en un exasperante clima de hegemonía discursiva y monopolización doctrinaria en la cual periodistas, docentes, “artistas”, burócratas y políticos de toda laya (oficialistas y opositores) aplauden y convalidan estas infames excentricidades, mientras ellos mismos viven acomodadamente en barrios cerrados rodeados de custodios y  toda una corte de costosa vigilancia personal.

Un asunto de largo plazo

Los resultados de esta influencia ideológica, justamente por ser un ascendiente perteneciente al mundo de las ideas y las teorías, por su naturaleza intangible no siempre son tan fáciles de apreciar en el marco de una estricta relación causa-efecto. Por lo tanto, el drama de la inseguridad local es mucho más difícil de solucionar de lo que se piensa, puesto que un problema fáctico y material determinado se solucionaría con una política correcta y concreta mantenida en un plazo corto o mediano de tiempo (verbigracia en el caso de aplicar una política puntual dirigida a combatir la inflación, la indigencia o una epidemia), pero en cambio revertir un agujero cultural afianzado y enquistado en la forma de pensar del grueso de los estamentos de la comunidad (sobre todo en los sectores universitarios, dirigentes y formadores de opinión) resulta un drama mucho más complejo de resolver, precisamente porque los cambios culturales no se llevan a cabo en una temporada de verano o algún ocasional fin de semana largo (de esos que abundan en los tiempos que corren), sino que se requiere del paso continuo de varias generaciones para revertirlo, en donde además debe aplicarse una política uniforme y sostenida en el tiempo, siendo que además la misma debería atravesar distintos gobiernos que encima probablemente serían de diferente signo partidario.

El garantismo en números

¿Cuáles es la situación objetiva del crimen y la inseguridad en la Argentina tras diez años de relato y aplicación del garantismo? Vayamos a cuenta.

Conforme reciente publicación del The World Justice Project (El Proyecto de Justicia Mundial) publicado en el mes de marzo de 2014, en el ranking internacional de inseguridad la Argentina kirchnerista obtuvo el 83º puesto a nivel mundial[6] sobre 99 países estudiados (siendo el décimo entre las 16 naciones de América Latina que fueron medidas).

Asimismo, según reciente informe del Observatorio Hemisférico de la Organización de los Estados Americanos (OEA)[7], se reveló que el índice de robos en la Argentina duplica la tasa promedio evaluada en 28 países americanos. En efecto, la tasa de robos tras la “década ganada” es de 973 cada 100.000 habitantes, cuando el promedio en el resto del continente es de 456 cada 100.000 habitantes. Como si estos datos objetivos e internacionales fueran insuficientes, nos encontramos con alarmantes guarismos arrojados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU)[8] (como parte de su informe sobre la inseguridad en América Latina). En el mismo, nos topamos con que la Argentina quedó “liderando” el ranking de robos por habitante, puesto que de acuerdo con el relevo realizado, nuestro país registra una tasa de 973,3 asaltos cada 100.000 habitantes. Segundo y muy atrás quedó México, con una tasa de 688 robos, y luego Brasil, con 572,7.

Para a nadie es ajeno que esta inseguridad creciente tiene como una de las causas atendibles el exorbitante aumento del narcotráfico que se ha introducido en el país (téngase presente que la apología de la liberación y legalización del consumo y venta de drogas constituyen otro de los habituales fetiches propagandísticos del progresismo), tal como lo confirma otro informe de la ONU[9], el cual señala que la Argentina kirchnerista está entre los tres lugares más mencionados como puntos de partida de la droga (detrás de Brasil y Colombia) en todo el mundo.

¿Es el “garantismo” la causas de tamaño retroceso en materia tan delicada como lo es la inseguridad? Sería un reduccionismo echarle la culpa de manera exclusiva y excluyente a este desvío ideológico sin atender causas complementarias o concomitantes que también hacen lo propio. En efecto, no podemos soslayar dos causas relevantes como lo son por un lado la miseria desparramada en vastos sectores de la comunidad (a pesar del excelente contexto internacional del que gozó el país durante el último decenio transcurrido) y por el otro el pésimo desempeño de un Estado corrupto e  ineficiente que vive gastando energías, dinero y tiempo en todo tipo de emprendimientos dirigistas y demagógicos en vez de concentrarse en sus quehaceres naturales y esenciales (como lo es la seguridad física y material de sus habitantes).

Luego, el aporte del garantismo al actual estado de situación creemos que ha consistido en imponer en las nuevas generaciones una forma mentis signada por el permisivismo, la promiscuidad, el facilismo, el vicio, el igualitarismo y un peligroso horizontalismo que erosionó toda noción de responsabilidad personal, destruyó todo principio de autoridad y abolió todo discernimiento acerca de la relación natural de mando y obediencia. En suma, la cultura del esfuerzo fue reemplazada, legislada e institucionalizada por la cultura de la demanda. A la vez que la natural relación premio-castigo fue sustituida por el alegre premio inmerecido, indiscriminado, irreflexivo y permanente. Entonces, si el que cumple y el que no cumple obtienen el mismo premio, a la postre no cumple ninguno.

En suma, consideramos que infortunadamente son estos los valores que priman hoy de manera generalizada e institucionalizada en la Argentina, y aun suponiendo que el “garantismo” no sea condición suficiente del caos e inseguridad prevaleciente, al menos, cabe decir sin lugar a la menor duda que este ha contribuido como una condición necesaria para edificar el inaceptable desorden vigente.

La Prensa Popular

Nicolás Márquez

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