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Conmemoración del Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas

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No hay en nuestra historia reciente una jornada comparable a la del 2 de abril de 1982. No recordamos una vivencia tan cargada de emociones contradictorias y desconcertantes como las que experimentamos ese día y los días que siguieron, los habitantes de este suelo.

De pronto, sin previo aviso, dos sentimientos antagónicos, enfrentados, casi imposibles de conciliar se instalaron en el ánimo de los argentinos; de un lado el inesperado florecimiento del orgullo patriótico; del otro, la angustia de saber que estábamos entrando en una guerra tenebrosa y de incierto destino. Porque la guerra fue la consecuencia, no de la voluntad nacional de recuperar un territorio irredento, sino de un acto profundamente doloso del gobierno militar de entonces a los que solo les interesaba hallar la forma de prolongar una dictadura que ya se desmoronaba.

Jóvenes de 18 o 19 años que apenas habían terminado su secundario, estaban cumpliendo con el servicio militar obligatorio y se encontraron repentinamente luchando cuerpo a cuerpo con soldados profesionales que los superaban ampliamente en armamento y capacitación, en un contexto de hambre, desprotección y de frío. Contra todo y contra todos debieron luchar. Y lo siguen haciendo.

A treinta y dos años de esa gesta, con un doloroso saldo de frustración, parecería que el heroísmo es bello en los libros de historia, pero indeseable y terrible en la realidad. No le demos la espalda al pasado, démosle a cada uno el lugar que le corresponde. A los que enviaron a la muerte a cientos de nuestros jóvenes, el repudio; a aquellos que lo dieron todo, nuestro recuerdo y nuestro homenaje, porque se lo merecen.

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